jueves, 2 de enero de 2014

CAPITULO I
HENOCH, EL MAESTRO DE JUSTICIA Y REVELADOR DE LA GNOSIS



Así como el lenguaje hablado es el modo de comunicación del hombre exterior, el lenguaje de los símbolos es el lenguaje del Hom­bre Interior. Las escuelas Iniciáticas de Misterios transmiten un co­nocimiento, una gnosis o percepción directa, cuyo contenido se ex­presa en símbolos, mitos, leyendas y alegorías, como medio o técni­ca para trascender toda limitación racional, evitando la cristalización dogmática y permitiendo al iniciado reencontrar las grandes verdades eternas que han sido esparcidas como los cuerpos de los antiguos dio­ses, y reunirías en una nueva síntesis, ordenando de nuevo el caos...
Lo esotérico no se enseña, se sugiere, y sólo quienes son ca­paces de reinventar el sentido verdadero de lo que oyen o leen, pue­den tomar consciencia de ello: lo cual resulta ser un «descubrimien­to» y una gratificante aventura espiritual.
Una cosa es el sentido «criptográfico» que puede ser usado a veces por discreción o disimulación, lo cual se reduce a utilizar una llave o un código, y otra cosa muy diferente es el método esotérico que exige la habilidad de captación intuitiva (Basira), fruto de ilumi­nación interior.
Los mitos han sido desde los más remotos tiempos, el vehículo de transmisión de la Tradición Iniciática. El título genérico de los nu­merosos Adeptos «Los dragones de sabiduría», corresponde a una es­cuela, un cuerpo enseñante, un cuerpo sacerdotal real, que ha sido in­variablemente la estructura que guarda el depósito, la Heredad, el te­soro invalorable de la síntesis esotérica. Tales Colegios o Escuelas Iniciáticas en el pasado recibieron los nombres de Henoch, Hermes El-Haramesah, Thot, etc., y constituían El Polo o centro de la auto­ridad espiritual de su ciclo...
Esa Tradición se mantiene ininterrumpida por medio de una cadena que distribuye la Heredad a quienes constituyen su cuerpo físico. «Porque la parte del señor es su pueblo; 'Jacob' la cuerda de sus heredad» (Deut. 32,9). «Ley nos mandó Moisés, heredad a la congre­gación de Jacob» (Deut. 33,4).
Aunque la Biblia apenas da cuenta de Henoch, las tradiciones de la Masonería lo conectan estrechamente, por numerosas circuns­tancias que veremos más adelante, con la historia primitiva de la ins­titución de Los Misterios. En las escrituras del cristianismo, las refe­rencias sobre Henoch son las siguientes: Libro del Génesis, capítulo 4
Versículo 17: Y conoció Caín a su mujer, la cual concibió y pa­rió a Henoch: y edificó una ciudad y llamó al nombre de la ciu­dad, el nombre de su hijo Henoch (Henochia). -18: Y a Henoch nació Irad, e Irad engendró a Mehujael, y Me-hujael engendró a Methusael, y Methusael engendró a Lamech. -25: Y conoció de nuevo Adán a su mujer, la cual parió un hijo y llamó su nombre Seth: porque Dios (dijo ella) me ha sustitui­do otra simiente en lugar de Abel, a quien mató Caín. -26: Y a Seth también le nació un hijo y llamó su nombre Enos. Entonces los hombres comenzaron a invocar el nombre del Señor.
Volvemos a encontrar los nombres de Enos y Henoch en Gé­nesis, capítulo 5, versículos:
-6: Y vivió Seth ciento cinco años y engendró a Enos. -7: Y vivió Seth, después que engendró a Enos, ochocientos y siete años: y engendró hijos e hijas. -9: Y vivió Enos noventa años, y engendró a Cainán. -10: Y vivió Enos después de engendrar a Cainán, ochocientos quince años: y engendró hijos e hijas.
-11: Y fueron todos los días de Enos novecientos y cinco años; y murió.
-18: Y vivió Jared ciento sesenta y dos años, y engendró a He­noch.
-19: Y vivió Jared, después que engendró a Henoch, ochocien­tos años: y engendró hijos e hijas.
-21: Y vivió Henoch setenta y cinco años, y engendró a Ma-thusalam.
-22: Y caminó Henoch con Dios, después que engendró a Ma-thusalam, trescientos años: y engendró hijos e hijas. -23: Y fueron todos los días de Henoch trescientos sesenta y cinco años...
-24: Caminó, pues Henoch con Dios, y desapareció, porque le llevó Dios...


Hay también una referencia a Henoch en Números, capítulo 13, en relación con los doce exploradores que envió Moisés a la Tie­rra de CANAÁN:

-22: Y ellos subieron, y reconocieron la tierra desde el desierto
de Zin hasta Rehob, entrando en Enath.
-23: Y subieron por el mediodía hasta Hebrón: y allí estaban
Aimán y Sesay y Talmai, hijos de Anac.
-29: Mas el pueblo que habita aquella tierra es fuerte, y las ciu­dades muy grandes y fuertes; y también vimos allí los hijos de
Anac.
-34: También vimos allí gigantes, hijos de Anac raza de los gi­gantes, y éramos nosotros, a nuestro parecer como langostas; y así les parecíamos a ellos.
Sobre los Anaceos o Anakim, ver también: Josué 11,21- 22; 14,15 y 15,13-14.
Las únicas citas acerca de Henoch en el Nuevo Testamento aparecen en la Epístola de San Judas 14, donde se le cita como profe­ta: «De los cuales también profetizó Enoc, séptimo desde Adán, di­ciendo que: He aquí, el Señor es venido con sus santos millares». Y en Hebreos 11,5: «Por la fe Enoc fue transpuesto para no ver muer­te, y no fue hallado, porque lo traspuso Dios. Y antes que fuese tras­puesto, tuvo testimonio de haber agradado a Dios».
La Vulgata, en el Eclesiástico (Siracides) 44,16, describe tam­bién este rapto, transporte o Metathesis de Henoch, como sigue: «Henoch fue grato a Dios y trasladado al Paraíso; ejemplo de piedad para las generaciones venideras». 49,16 «Pocos hubo en la Tierra como Henoch que fue llevado de la tierra».
Según el libro Secrets of Henoch, página 83, Cap. LXVIII, leemos: «Enoch nació el sexto día del mes de Tsivan y vivió 365 años.
Fue arrebatado al cielo el primer día del mes de Tsivan, y estu­vo en el cielo sesenta días, conducido por el ángel Anafiel.
Enoch al ser trasladado al cielo se convirtió en Enoch-Meta-trón, uno de los grandes Jerarcas 'Rey sobre todos los ángeles' y por lo tanto hermano gemelo de Sandalfón».
Las siguientes palabras son atribuidas a Henoch, según Hekha-loth Rabbati: «Dios me ha tomado del medio del curso del río y me ha transportado sobre las alas movientes de la Shekina hacia el cielo más elevado y me ha introducido en los grandes palacios sobre las al­turas del Séptimo Cielo llamado Araboth, donde se encuentra el Trono de La Shekina y de La Merkaba, las legiones de cólera y ejér­citos de furor, los Shinanim de fuego, los Cherubim de antorchas ar­dientes, los Ophanim o carbones llameantes, los guardianes de las lla­mas y los Seraphim de luz. Y él me ha puesto allá cada día para ser­vir el Trono de Su Gloria...»
«Toda leyenda es un símbolo que vela una verdad permanen­te»1.
El Libro de Henoch1 se refiere a «los Guardianes del cielo»: «¿Por qué habéis abandonado el cielo muy alto y santo, vuestra morada eterna, os habéis acostado con las mujeres, y habéis obrado como los hijos de la tierra, habéis engendrado, por hijos, gigantes?»
Estos «Gigantes» son los Nephilim (Titanot) del Génesis 6,4: «Había gigantes en la tierra en aquellos días, y también después que entraron los Hijos de Dios a las hijas de los hombres, y les engendra­ron hijos: estos fueron los héroes que desde la antigüedad fueron va­rones de renombre».
En hebreo Henoch (Chanvk) significa: Instructor, Iniciador, dedicado, consagrado, Maestro, y dentro de la tradición iniciática se quiere hacer expresar que él fue el primero que dio un decisivo carác­ter al Rito de Iniciación, y de agregar a la práctica del culto divino, el estudio y la aplicación de ciencia humana. El difiere de los otros seis Patriarcas solamente en que iluminado por el Conocimiento divino que le había sido impartido, instruyó a sus contemporáneos en la práctica de esos Ritos y el estudio de esas Ciencias en las cuales había sido instruido. Los babilónicos le atribuyen la invención de la astrologia. El cabalístico libro de Raziel dice que Henoch recibió los divi­nos misterios de Adán... a través de la línea directa de los patriarcas precedentes. Los griegos lo asimilan a Hermes y le atribuyen la cons­trucción de las Pirámides.
En la tradición islámica, nos dice Rene Guenon, Seyidna Idris es identificado a la vez a Hermes y a Henoch; esta doble asimilación parece indicar una continuidad de tradición que remontaría más allá del sacerdocio egipcio; habiendo debido éste recoger solamente la he­redad de lo que representa Henoch, que se relaciona manifiestamen­te a una época anterior3.
Por su parte, Eliphas Levi dice: «La tradición atribuye a He­noch la invención de las letras. A él, pues, se remontan las tradicio­nes consignadas en el Sepher Yetzirah, cuya redacción, según los rabi­nos, debe atribuirse al patriarca Abraham, heredero de los secretos de Henoch y padre de la Iniciación en Israel. Henoch parece, por tanto, ser el mismo personaje que el Hermes Trimegisto de los Egip­cios, y el famoso Libro de Thot, cubierto todo él en jeroglíficos y en cifras, debe ser la «Biblia Oculta» y llena de misterios, anterior a los libros de Moisés, a la que Guillermo Postel designa con el nombre de «génesis de Henoch»4.
«Las leyendas no arraigan, a menos de que estén basadas en he­chos». Según informan esas leyendas, habrían dos conjuntos de docu­mentos, que podríamos llamar «libros»: uno jeroglífico y otro alegó­rico, conteniendo el uno las «claves hieráticas» (Tawil) de la Inicia­ción, y el otro, la historia de una gran profanación que trajo consigo la destrucción del mundo y el caos, tras el reinado de los gigantes.
Henoch habría pasado los años de su pacífica, piadosa y útil vida en el estudio de las ciencias del Culto divino, en la enseñanza de las mismas a sus contemporáneos, y en instituir los ritos de Iniciación, hasta que el comportamiento de la humanidad alcanzó tal des­composición y desarrollo, que «toda imaginación de los pensamien­tos del corazón del hombre era sólo maldad continua». Fue entonces cuando, de acuerdo con la tradición masónica, Henoch, disgustado con la perversidad que lo rodeaba, y aterrado con el pensamiento de las inevitables consecuencias que eran de esperarse, huyó hacia la so­ledad y el secreto del Monte Moriah, y se dedicó a la meditación y a la contemplación. Fue en ese lugar, entonces consagrado por su con­dición de Eremita (y que más tarde iba a ser más y más sacralizado por los sacrificios de Abraham, de David y de Salomón), donde la Shekina o Sagrada Presencia apareció ante él (Teofanía) y le inspiró las instrucciones que iban a preservar la sabiduría de los ante-diluvia­nos (la Tradición Primordial) para su posteridad, cuando el mundo, con la excepción de una sola familia, debería ser destruido por el di­luvio inminente. Las circunstancias que ocurrieron en aquel tiempo, están recogidas en una tradición que forma lo que ha sido llamado «La gran leyenda masónica de Henoch» y que refiere lo siguiente:
Habiendo sido inspirado Henoch por el Altísimo y en conme­moración de una maravillosa visión, construyó un templo subterrá­neo dedicado a Dios. Su hijo Matusalén construyó el edificio, aun cuando no estaba enterado de los motivos que tenía su padre para tal erección. Ese templo consistía en nueve bóvedas de ladrillo, situadas perpendicularmente debajo de cada una, y comunicadas por apertu­ras puestas en el arco de cada bóveda. En idioma griego, la palabra Enoch se puede descomponer en dos: ENN, que significa nueve (9) y OXOS, que significa «que contiene». Es decir: que contiene el nueve, cifra sagrada. Aquí entramos en terrenos del Eneagrama y sus rela­ciones con el hombre pre-adámico y el hombre adámico, asunto que se sale del presente contexto (también el dios de los atlantes se llama­ba enn).
Henoch hizo fabricar una placa triangular de oro, de un codo por cada lado; la adornó con las más preciosas piedras e incrustó la placa en una piedra de ágata de igual forma. Sobre la placa grabó en caracteres inefables el verdadero Nombre de la divinidad, y, colocán­dola sobre un pedestal cúbico de mármol blanco, depositó todo den­tro del más profundo arco.
Cuando este edificio subterráneo fue completado, hizo una puerta de piedra y atándole una anilla de hierro, por medio de la cual pudiera ocasionalmente ser izada, la colocó sobre la abertura del más elevado de los arcos y lo cubrió de manera que la abertura no pudie­ra ser descubierta.
A Henoch mismo, sólo se le permitía entrar en la cripta una vez al año, y a la muerte de Henoch, a Matusalén y a Lamech. Pero después de la destrucción del mundo por el diluvio, todo conoci­miento de ese Templo y de los Tesoros Sagrados que contenía, fueron perdidos; hasta que, pasados los tiempos, fue accidentalmente descubierto por otro notable de la misma rama tradicional, quien como Henoch, estaba comprometido en la erección de un Templo en el mismo sitio...
La leyenda continúa informándonos que después que Henoch había terminado el Templo Subterráneo, temiendo que los Princi­pios de aquellas Artes y Ciencias que él había cultivado con tanta asi­duidad, fuesen perdidos en la destrucción general, de la cual él había tenido una visión profética, Henoch eleva dos columnas, una de mármol para soportar la acción del fuego y otra de bronce para resis­tir la acción del agua. Sobre la columna de bronce grabó la historia de la Creación, los principios de las Artes y las Ciencias, así como las doctrinas de la Masonería, tal como eran practicadas en aquellos tiempos; y sobre la columna de mármol inscribió los caracteres y je­roglíficos denotando que cerca del sitio donde estaban ambas colum­nas, un Precioso Tesoro había sido depositado en una Cripta Subte­rránea.
Josephus da cuenta de estas columnas en el primer libro de sus Antigüedades. El las atribuye a los hijos de Seth, lo cual no está en contradicción con la leyenda masónica, ya que Henoch fue uno de esos hijos. Dice el historiador que «para que sus invenciones no fue­sen perdidas antes de ser suficientemente conocidas, ya que según la predicción de Adán, el mundo iba a ser destruido, una vez por la fuerza del fuego y en otro momento por la violencia y cantidad de agua, ellos hicieron dos columnas: una de ladrillo y otra de piedras; inscribieron sobre ellas sus descubrimientos, de manera que, en caso de que la columna de ladrillo fuese destruida por la inundación, la columna de piedra pudiese permanecer y exhibir aquellos descubri­mientos a la humanidad, y también informarles que había otra co­lumna de ladrillo levantada por ellos. Todo esto aún permanece en la tierra de Siria en nuestros días».
Para muchos musulmanes, Hermes era un profeta auténtico antediluviano, que ellos identifican a la vez con Idris (citado en el Corán, Surata XIX, 56 y XXI, 85) y con Uknukh (El Henoch del Géne­sis)5.
Rene Guenon, respondiendo a una pregunta de un estudiante y masón, acerca de las columnas de Henoch, le informa: «Se dice que las columnas de Henoch o Seyidna Idris, como se le llama en la Tra­dición Islámica, fueron construidas por él en dos materiales diferen­tes, el uno podrá resistir el agua y el otro el fuego; sobre cada una es­taba grabado lo esencial de todas las Ciencias. Se dice que ellas fueron colocadas respectivamente en Siria y Etiopía, y que las habían resisti­do a las aguas del diluvio existen todavía en Siria. De hecho Siria está aquí relacionada al norte en conexión con el agua, y Etiopía al sur en conexión con el fuego; esto justifica entonces plenamente la; relación establecidas entre estas columnas de Henoch y las del pórtico del templo. Por otra parte, dondequiera que se encuentran dos Colum­nas, tendrán siempre en común una significación general 'binaria', bien sea de Salomón, de Henoch, de Hércules, etc. Se puede observar igualmente que Siria y Etiopía en la Tradición precitada, no se iden­tifican necesariamente con los países actualmente conocidos bajo es­tos nombres, porque ellos tienen de por sí, un sentido simbólico y oculto; en todo caso, las Columnas de Henoch representan Centros Espirituales e Iniciáticos a los cuales está confiado el depósito del Co­nocimiento Primordial, con miras a preservarlo a través de las épocas sucesivas»6.
El mismo Rene Guenon, en su libro postumo Formes Traditio-nnelles et Cycles Cosmiques, dice: «Henoch o Seyidna Idris antedilu­viano se identifica a Hermes Haramesah, que representa la fuente de la cual el sacerdocio egipcio tiene sus conocimientos; luego, por ex­tensión, representa este mismo sacerdocio, como continuador de la misma función de enseñanza Tradicional, la misma Ciencia Sagrada que de esta manera habría sido depositada en las Pirámides»7.
Veamos ahora lo que nos dice el maestro Martínez de Pasqua-Uy en su libro Traite de la Reintegration des Etres*: «Henoch, el sépti­mo de los patriarcas. Hijo de Jared. En los primeros tiempos de la posteridad del primer hombre, Heli, que nosotros hoy llamamos Cristo y que reconocemos con certeza por un ser pensante, reconci­lia a Adán con la Creación. Henoch reconcilia la primera posteriori­dad de Adán, al reconciliar la suya con el Creador, y en seguida re­conciliar la Tierra con Dios. Melkissedec confirma estas tres prime­ras reconciliaciones bendiciendo las obras de Abraham y sus trescien­tos servidores. Esta bendición es una repetición de la que Dios dio a los tres hijos de Noé: Sam, Cam y Jafet. Abraham y sus trescientos servidores forman el número cuaternario que había formado Noé con sus tres hijos. Es por el número Octonario que resulta de la unión de estos dos nombres cuaternarios que aprendemos que todas las recon­ciliaciones y confirmaciones de las cuales venimos de hablar, han sido hechas directamente por el Cristo, pues sabemos con certeza que el número ocho es innato de Doble Poder dado por el Creador al Cristo».
«Henoch fue el primero que construyó, entre los descendientes de Seth, un Altar de Piedra Blanca diferente de lo que llamamos már­mol».
«Es sobre el centro de ese Altar que Henoch recibe el fruto de su culto y donde él se ofrece a sí mismo en sacrificio. Fue Henoch quien primero enseñó a los Menores Espirituales a elevar edificios divinos sobre su base; es él quien profetizó la justicia del Creador; es él quien regula las alianzas de la posteridad de Caín. Es Henoch quien profetiza los verdaderos Elegidos que debían nacer del eterno, haciendo él mismo la elección de Diez sujetos para operar el Culto Di­vino entre la posteridad de Seth. Es por tanto Henoch quien repre­senta el prototipo del ceremonial y del culto divino entre los hombres del remoto pasado, como lo es todavía entre los hom­bres del presente».
«Henoch, que no es otra cosa que un espíritu santo bajo una forma corporal de materia aparente, tuvo una asamblea espiritual ha­cia la región septentrional, en virtud del gran deseo y de la buena vo­luntad de sus discípulos que él había escogido entre la posteridad de Seth y de Enos».
«Henoch significa: 'dedicado o devoto del Creador', o 'consa­grado al Creador'. El fue el instaurador de la Santa Ascesis y la prác­tica de las Santas Operaciones. El hizo una elección entre los Meno­res, de Diez Elegidos, a los cuales les declaró la voluntad del Creador y les prescribió un ceremonial y una Regla de Vida para poder in­vocar al Eterno en Salvación. Henoch les dio a cada uno de ellos una letra inicial de los Santos Nombres de Dios; lo que forma en total Diez Letras, a fin de que siguieran con regularidad y precisión todas las especies de Operaciones agradables al Creador y ventajosas para los Menores reconciliados. Estos diez jefes conducidos por Henoch en sus primeras Virtudes y Potencias espirituales divinas, hicieron por sus Santas Operaciones, grandes prodigios y a su vez instruyeron a los Menores llamados por el Espíritu Santo a las ciencias que ellos poseían por el poder de el Ministerio de Henoch, tipo de Reconcilia­ción del género humano. Yo os diré que el advenimiento de Henoch en el mundo, anunció una reconciliación universal, que deberá apa­recer 'al final de los tiempos' y que repite la primera reconciliación de Adán con su Creador, por la gran mortificación y por la humilla­ción del Príncipe de los demonios y de sus adherentes».
Henoch, como Hermes El-Haramesah no es una «persona», sino una Entidad Jerárquica; son «nombres» utilizados para designar un Prototipo de Humanidad (tal como la idea del arquetipo de Pla­tón), «El Hombre universal», «El Servidor del Padre de todas las co­sas», «La Palabra dé Dios encarnada» (KebarAnach), «El hombre per­fecto», hecho por la Suprema Mente (el Padre) a su imagen y seme­janza, y que consagra su vida al servicio de la Gran Luz... Un Cen­tro y Polo de los Misterios, etc. Henoch, como Hiram (Chiram), re­presenta figurativamente la mente espiritual del hombre y su regene­ración a través de la Iniciación en los Misterios; por eso es llamado «Patros»: «El Padre de los misterios», «El Maestro de los sabios» o «El Ancestro de los sabios».
«En las antiguas tradiciones de la América Central Enekatl es el nombre más santo y más secreto de Quetzalcoatl de los toltecas, lla­mado Kukulcán en idioma maya. Este Enok-Atlas significa 'el soplo', 'el espíritu'. Atlas, cuya raíz en griego antiguo es tlao y quiere decir 'yo sufro', 'yo soporto', es a su vez la raíz de la palabra ATLAntida, 'el poniente de todos los soles'; y de AZTLAN, 'la tierra en medio de las aguas' cuyo significado ideográfico es la 'garza blanca' y una 'montaña blanca'. ATL, en el antiguo maya, significa 'agua'. El segun­do advenimiento de Enakatl será 'el reino del Espíritu'»9.
Henoch, según los babilonios, habría inventado la astrología. El historiador Eusebio de Cesárea, hablando de una leyenda que data probablemente de la captividad de los judíos en Babilonia, y que con­firma Alejandro Polihistor, dice que «Henoch es el Atlas de los grie­gos»10.
Thomas H. Burgoyne comenta que, en el planisferio esotérico de los doce signos del zodíaco, Adam Kadmon, el Hombre Primordial, puro, y en perfecto acuerdo con el Padre, ocupó el punto del planisferio ahora asignado a Libra, que significa «el punto de equilibrio de la es­fera». Libra representa el equilibrio interior de las fuerzas de la natu­raleza, y contiene el misterio de la divina unificación de las antiguas Iniciaciones. La Balanza Celeste fue primitivamente la Osa Mayor, también llamada «Balanza de Jade». Este «printo» esotérico es donde el día y la noche, el invierno y el verano, la luz y la oscuridad, lo bue­no y lo malo, son uno. En la Carta universal, este signo deviene He­noch, «el hombre perfecto». En los misterios del templo judío, el punto celestial de Libra está representado por Henoch, «el hombre que anduvo con Dios» (con los Elohim). El cabalístico Adam Kad­mon representa el Hombre Ideal, y nosotros poseemos las posibilida­des de alcanzar ese ideal y realizarlo, quizás no en este plano, sino cuando seamos trasladados a un plano más alto. El Hombre Ideal, el Henoch del judaismo, fue «cristianizado» por los primeros padres de la Cristiandad cuando elaboraron los Misterios Cristianos, y se con­virtió en el Emmanuel de la Nueva Dispensación: la consciencia de que Dios está con nosotros y de que somos uno con él11.
En la excelente obra de M. Senard, Le Zodiaque, leemos lo si­guiente: «El simbolismo de los jeroglíficos zodiacales se encuentra en gran parte velado en los Mitos ancestrales, en la historia de esos dio­ses cuyos nombres corresponden a los de planetas y signos. Es en esos Mitos que se confunden y se aclaran mutuamente las energías es­telares y aquellas de las cuales está constituido el hombre12. «La ba­lanza (Libra), pertenece al Guna 'Satwa' (conformidad a la esencia), el elemento aire (fluido positivo móvil) y al cuadrante de la asocia­ción coordinadora sintética de las energías evolutivas. Podría por lo tanto definirse como 'la esencia de la asociación sintética de las ener­gías de carácter evolutivo'. Por lo demás, toda corriente fluidiea es engendrada por la desnivelación de un potencial de energía. La balan­za simboliza ese potencial a un nivel más elevado. Es exactamente así como se opera la evolución ascendente»13.

Según Enel14: «La Creación tuvo lugar, dice la cabala hebrea derivada de la cabala egipcia, cuando 'la Balanza' estaba en el anciano de los días». Igualmente explica que el jeroglífico de la letra T es el signo del «equilibrio» y representa el fiel de la balanza por su rol de cumplir el nexo entre los dos principios opuestos, y es también la aguja que mide el equilibrio de los platillos. Es en el punto donde se encuentran la aguja y el centro del «fiel» (el punto de equilibrio per­fecto) donde se coloca en el zodíaco de Dénderah, el disco del sol na­ciente conteniendo la figura triunfante de Horus. La creación tiene lugar, pues, cuando las fuerzas opuestas están perfectamente equili­bradas.








Henoch.Metratón y las tres columnas del Templo interior...


En sánscrito, el signo de Libra se llama Tula. Por el valor nu­mérico de las letras que componen esta palabra, según los métodos dados en los antiguos libros tántricos, se convertiría en el número 36, que simboliza evidentemente los 36 tattwas cuyos movimientos y relaciones equilibradas constituyen el universo.
Por su parte Rene Guenon, en su libro Le Roi du Monde, dice: «La palabra Tula significa 'Balanza' en sánscrito, y designa en particular el signo zodiacal de este nombre; pero según una tradición chi­na, la 'Balanza Celeste' ha sido primitivamente la Osa Mayor, llama­da 'Balanza de Jade', siendo el jade un símbolo de perfección. La Tula atlante era la sede de un Poder Espiritual derivado o secundario, de la original 'Tradición Primordial' Hiperbórea; para entonces, las Plé­yades pasaron a ser la morada simbólica de los Siete Rishis o Sapta-Riksha»15.
Si se considera a la Atlántida como la esfera arquetípica, enton­ces, su 'inmersión' significa el descenso de la consciencia racional or­ganizada hacia el reino ilusorio e impermanente de la irracional y mortal ignorancia. Ambas, el hundimiento de la Atlántida y la leyen­da bíblica de la caída del hombre, significan involución espiritual, un pre-requisito para la evolución consciente.
La séptima runa, Hagal, corresponde al séptimo signo del zo­díaco: La Balanza o Libra, el cual, como ya hemos dicho, está repre­sentado por Henoch, que es también el séptimo Patriarca. Como lo sabe todo buen esoterista que utiliza la clave astrológica en su senti­do tradicional y no como una mancia más, *anto el signo deLibra, como su runa correspondiente contienen los más importantes miste­rios relacionados con el alma humana.
Entre todos los caracteres que componen la antiquísima escri­tura de los pueblos nórdicos, caracteres primitivos, genésicos, muy anteriores a las letras que nacieron después, la runa Hagal (equivalen­te a nuestra «h») es la más importante de todas. Hagal contiene todas las runas y su valor numérico es siete; representa «el hálito», el prin­cipio del íogos.
Los mayas, al preguntárseles por el nombre de Dios, respon­dían que no tenía Nombre, que era tan solo una «aspiración», un «há­lito», y para expresarlo, aspiraban como para pronunciar una H ale­mana. «Hálito significa Sonido, Vida y Luz. La runa Hagal represen­taría el símbolo y hasta un medio operativo eficaz para la comunión del hombre con las Fuerzas Divinas, pues, cada letra, en un remoto principio genésico, fue por sí misma un exponente de Luz»16.
«La letra Tau (T), la 22a letra del alfabeto hebreo es una letra sintética que contiene en ella todo el alfabeto. Es el Cero, el no-ser, el fin, la' omega, el regreso al comienzo por una nueva partida, un nuevo ciclo. En el hombre, la Tau representa la boca de donde sale el verbo que da la vida o que mata»17.
Dice el Siphra Dtzeniutha, capítulo I-VII: «En su forma (en la forma del Anciano) existe el equilibrio: Es incomparable, es invisi­ble». Me Gregor Mathers comenta al respecto: «Pero la primera idea de equilibrio es 'el Anciano' (la primera Sefirah, Kether: la Corona) porque es la primera limitación potencial de la luz ilimitada que pro­cede de Lo Ilimitado». Esto es, el Punto Central de Kether (Nekuda) es 'el equilibrio', porque el 'balance' todavía no existe, porque los dos polos opuestos que lo forman no han sido aún desarrollados. No debemos confundir estos dos términos: «equilibrio» y «balance». El balance o balanza consiste en dos platillos (fuerzas opuestas), y el 'equilibrio' es el Punto Central de la vida o brazo18.
«El patriarca Henoch fue arrebatado al más alto Cielo en alas de la Shekina, la manifestación del Resplandor o Aura divina, cuya carne fue convertida en llama, sus venas en fuego, sus pestañas en destellos de relámpago y sus ojos en antorchas llameantes, y a quien Dios colocó sobre un Trono en el Séptimo Cielo (Araboth) próximo al Trono de Gloria (el Pleroma o Plenitud de los gnósticos), donde está el Trono de la Shekina y la Merkabah. Después de esta celestial transformación, sin conocer la muerte, alcanzó de ese modo la posi­ción más alta de todos los seres creados, por lo cual recibió el nom­bre de Metatrón, abreviatura de Metabutronios que significa 'el que permanece junto al Trono de Dios'»".
Henoch es el Superior Jerárquico de todos los Arcángeles. En el Zohar se le denomina «el Ángel de la Divina Presencia» o «el Prín­cipe de la Divina Faz» (Sar-ha-panim). Es el Guardián de todos los Misterios celestes y quien dirige la Resurrección. Es el Revelador de los Secretos y Guía de los Adeptos.
«El término de Metatrón comporta las acepciones de Guardián, de Señor, de enviado, de Mediador; él es 'el Ángel de la Faz' y tam­bién 'el Príncipe del mundo (Sar-ha-olam); es 'el autor de las Teofa-nías', de las manifestaciones divinas en el mundo visible»20.
«Metatrón no solamente tiene el aspecto de la Clemencia (ar-rabman), sino también el de la Justicia (al'adl). En el Mundo Celeste, no es solamente el gran sacerdote (Kohen ba-gadol), sino también el Gran Príncipe (Sar-ha-gadol), lo que significa que en él se encuentra, tanto el principio del Poder Real (o regio) como el Poder Sacerdotal o Pon­tifical, al cual corresponde propiamente la función de Mediador»21.
La Montaña y la Caverna: su relación con el templo de Henoch
«El símbolo de la Montaña figura 'el Centro del Mundo' antes del Kali Yuga, es decir, cuando ese Centro existía en forma abierta; corresponde a una situación normal. Pero al comenzar el período os­curo, lo que estaba abierto pasa a ser oculto (subterráneo), porque las condiciones especiales implican una especie de reversión del orden establecido. Los símbolos de la Montaña y la Caverna tienen su ra­zón de ser y existe entre ellos un verdadero complementarismo. La Caverna debe considerarse situada bajo la Montaña o en su interior, de modo de encontrarse igualmente sobre el eje, lo que refuerza aún el vínculo existente entre ambos símbolos, en cierto modo comple­mentarios entre sí. La Montaña, empero, tiene carácter más 'primor­dial' que la Caverna: ello resulta de que es visible en el exterior, y podría decirse que es el más visible de todos los lugares, mientras que la Caverna es un lugar esencialmente oculto y cerrado. La represen­tación del Centro Primordial por la Montaña corresponde propia­mente al período originario de la humanidad terrestre, durante el cual la verdad era íntegramente accesible a todos (de allí el nombre de Satya-Yuga: 'período de la verdad'), y la cúspide de la Montaña es entonces el Satya-Loka o 'lugar de la verdad'; pero cuando a conse­cuencia de la marcha descendente del ciclo esa verdad no estuvo ya sino al alcance de una minoría más o menos restringida (lo que coin­cide con los comienzos de la Iniciación entendida en su sentido más estricto) y se hizo oculta para la mayoría de los hombres, la Caverna fue un símbolo más apropiado para el Centro Espiritual y, por con­siguiente, para los santuarios iniciáticos que son su imagen. Por tal cambio, el Centro, podría decirse, no abandonó la Montaña, sino que se retiró solamente de la cúspide al interior. Por otra parte, ese mismo cambio es en cierto modo una 'inversión' por la cual, el 'mundo celeste' (al cual se refiere la elevación de la ¡jiontaña sobre la superficie terrestre) se convirtió en cierto sentido en el 'mundo sub­terráneo' (aunque en realidad no sea él el que cambió, sino las condi­ciones del mundo exterior, y por lo tanto su relación con éste); y esa 'inversión' se encuentra figurada por los esquemas respectivos de la Montaña y la Caverna, que expresan a su vez su mutua complemen-taridad».
«El esquema de la Montaña, al igual que el de la Pirámide o del montículo, sus equivalentes, es un triángulo con el vértice hacia arri­ba; el de la Caverna, al contrario, es un triángulo hacia abajo, y por tanto invertido con respecto a aquél. Este triángulo invertido es igualmente el esquema del corazón y el de la copa (que está general­mente asimilada a aquél en el simbolismo)»22.
La Caverna puede ser considerada como situada en el interior de la Montaña misma, o inmediatamente debajo de ésta, como es el caso de la Caverna o Cripta, el Templo Oculto y Misterioso que el séptimo Patriarca hizo construir, antes del diluvio, en las propias en­trañas del Monte Moriah, sobre el cual Salomón, hijo de David, ha­bría de construir en su época el famoso Templo que lleva su nombre.
Martínez de Pasqually dice que la palabra Moriah se divide en dos partes: «MOR», que significa «destrucción de las formas corpora­les aparentes» e «IHA» o «IJA» que significa: «visión de Dios», «visión del Creador». Y según Fabre d'Olivet23, Moriah significa «la luz refle­jada», «el esplendor».
La Ocultación conlleva la pérdida de la Palabra, como ocurre con la muerte de Hiram (Chiram), que tiene lugar en tiempos del Rey Salomón. El hallazgo del templo de Henoch nos va a demostrar una vez más que, la pérdida de la Palabra, o la pérdida de la Tradi­ción con todo lo que ella comporta, es más bien un encubrimiento protector que una pérdida verdadera, porque siempre existió, existe y existirá un Polo Espiritual que guarda intacto el depósito de La Tradición, la Heredad, para que ésta no pueda ser afectada por los cambios que sobrevienen en el mundo exterior. El Diluvio no alcan­zó la habitación de Henoch, el Corazón del Mundo, la Tierra de los Santos, la Montaña Bendita, el Monte de la Heredad, la Tierra de los Vivientes, la Colina Eterna, porque La Palabra, encubierta bajo el Templo Subterráneo (el Templo de Henoch), está «a cubierto de toda indiscreción de los profanos», hasta que los sinceros buscadores del Templo de Henoch, venciendo los obstáculos de los Nueve Ar­cos, dominando bajo sus sandalias a los enemigos del Rey, alcancen su Maestría Regia y puedan ascender hasta el Trono del Rey del Mun­do y encontrar el Tesoro Inefable e imperecedero que Henoch depo­sitó para las épocas venideras: «Y.he comprendido, yo, lo que veía; y no para esta generación, sino para aquélla que viene lejana»24. Lo que Henoch ocultó en la Caverna o Cueva, al pie del monte Moriah, simboliza la existencia subyacente de la Tradición, en el fondo del Alma de la Humanidad, y en lo más íntimo del Corazón del hombre.
«Y saldrá una vara del tronco de Isai y un vastago retoñará de sus raíces»25.
Del libro LeMartinisme26, por Robert Ambelain, transcribimos los siguientes párrafos:
«LOS ELECTOS DE HENOCH»
«Notaremos ante todo que el nombre de la Orden Teúrgica fundada por Martínez de Pasqually está sujeto a una interpreta­ción esotérica. En efecto anagramáticamente, y según el uso de la Cabala, los Electos Cohén son también los Electos de He­noch, poco importa que se escriba este nombre bajo una cuales­quiera de sus tres formas: Enoch, Henoc o Henoch. ¿Quién es Henoch, personaje sobre el cual insiste particular­mente Martínez de Pasqually en su Tratado de la reintegración de los seres} Allí está la clave del enigma, a nuestro parecer. Primero, nos aparece su nombre como el hijo mayor de Caín (Génesis 4,17). Este será el constructor de la primera ciudad: He-nochia.

Luego nos aparece este nombre en el séptimo patriarca partien­do de Adán, el hijo de Jared (Génesis 5,22-24). Veamos lo que nos dice la Biblia a este respecto: «Y fueron los días de Henoch trescientos sesenta y cinco años. Caminó, pues, Henoch con Dios, y desapareció porque se lo llevó Dios» (Génesis 5,23-24). «Henoch, plugo a Dios y fue transferido al Paraíso, para hacer entrar las Naciones futuras en la penitencia» (VULGATA: Eclesiás­tico XLIV,16). Por otra parte, este es el único hombre reintegrado vivo en el Reino del Edén (o Paraíso), que es escogido por Dios para anunciar a los ángeles caídos su condenación y para guardarlos cautivos, según el apócrifo etíope del Libro de He-noch. Es él, pues, el maestro del divino Reino, y el carcelero de los Cuidadores del Cielo, caídos por su unión incúbica con las hijas de los hombres. Este es justamente el papel que Martínez de Pasqually asigna primitivamente a Adam Kadmon, en su Tratado de la reintegración. Porque en hebreo, sin tener en cuenta los puntos-vocales masoréticos, Henoch significa, igual que Adán, el Hombre.
En las tradiciones de Oriente, Henoch es frecuentemente con­fundido con el hijo de Caín del mismo nombre, bajo el mistó-nimo de Idris. Para los cristianos del Asia menor, Henoch es el equivalente del Trimegisto griego y del Hermes egipcio. Para los cabalistas y los rabinos, es también Metatrón Serpanim ('Prín­cipe de Luz') o Mikael ('Quién como Dios'). Se le ha hecho un genio cósmico o solar por el hecho de que ha vivido 365 años, número simbólico del ciclo solar. Se le emparenta con Adam Demiurgo por el hecho de que su homónimo construyó la pri­mera ciudad. Y como él deberá volver al final de los tiempos, él es, pues, «el Alfa y la Omega», el primero y el último. Será por paralelismo esotérico con la leyenda de Henoch la cos­tumbre tradicional que hace que se ignore o que se disimule cuidadosamente el lugar donde reposan los restos fúnebres de aquellos que fueron grandes Iniciados, «Superiores Desconoci­dos» (Incógnitos) en el sentido literal de la palabra». 


Notas
1  L'Homme Rouge des T«t/erjej, prefacio.

2  Capítulo xv-3.

3 Formes traditionnelles et Cicles cosmiques, p. 133, Gallimard, 1970.

4  La magia, pp. 14-15.

5  Jean Chevalier: Le Soufisme, p. 72.

6  Etudes Traditionnelles, N° 427, sep.-oct. 1971, pp. 210-211.

7  Edit. Gallimard, París, 1970, p. 142.

8  Edit. Traditionnelles, París, 1974.

9 Dmitri Merejkovsky: Atlantida-Europa, Edit. Nova, Buenos Aires, 1944.

10 Histoire Eclcésiastique.

11   TheLight ofEgypt, pp. 228, 229 y 246, vol. i, Edit. H. O. Wagner, Denver, 1963.

12  Le Zodiaque, Edit. Traditionnelles, París, 1970, p. XII.

13  Op. cit., p. 215.

14 Les origines de la genese.

15  pp. 83-84.

16  A. Krum-Heller: Runas nórdicas.

17  Enel: Trilogie de U Rota, p. 154, Edit. Paul Derain, Lyon, 1960.

18 " The Kahhalah unveiled, pp. 44-45, Routledge & Kegan Paul, London, 1957. 

19 " Hugo Odeberg: The Hehrew Book ofHenoch, Cambridge, 1928.

20 P. Vulliaud: La Kahhale juive, p. 492.

21  Rene Guenon: Formes traditionnelles et cycles cosmiques, p. 101, Gallimard, París, 1970.

22  Rene Guenon: Symholes fondamentaux de la Science Sacrée, Gallimard, París, 1962.

23  La Langue hébraique restituée, p. 36, París, 1815.

24 Livre d'Hénoch, chap. i-ii.

25 Isaías 11,1.

26 Editions Niclaus, París, p. 63-64.

ALBANASHAR AL-WALI