La Autoridad de la Tradición.
Para quien siempre me recuerda el camino secreto que conduce al corazón del bosque…
Esa fuente mágica de la que un día
bebió al-Khidr el agua de la Vida,
está en tu propia casa,
pero has cegado el manantial.
(Fakhr-Al-Dîn ‘Iraqî)
bebió al-Khidr el agua de la Vida,
está en tu propia casa,
pero has cegado el manantial.
(Fakhr-Al-Dîn ‘Iraqî)
Un tema que resulta interesante abordar es el papel que debe cumplir lo
que se ha convenido en designar como "autoridad espiritual" o
"autoridad religiosa" dentro del marco de una forma tradicional
particular en la que rige sobre el lado religioso o exotérico de la
doctrina, siempre hablando de las religiones del Libro - pero sin que
esto signifique que ciertas observaciones que se desarrollarán en el
presente artículo no puedan extenderse a otras formas tradicionales-, en
relación a lo que podemos considerar como su lado más interior y
profundo, es decir, su aspecto esotérico. La distinción entre estas dos
partes, complementarias la una de la otra, siguiendo la terminología
árabe podemos definirla más concretamente como, por un lado,
es-shariyah, es decir, literalmente la "gran ruta", común a todos, y por
otro, el el-haqîwah, o sea, la "verdad interior", reservada a una
elite. Valiéndonos asimismo del simbolismo geométrico, estamos
refiriéndonos respectivamente a la circunferencia y su centro. [1]
Ante todo es menester considerar que toda corriente esotérica puede
presentar a su vez dos aspectos fundamentales que se contradicen o se
complementan: uno conservador y otro revolucionario.
Con respecto a la primera de estas categorías, explica Gershom Scholem:
"estos místicos parecen redescubrir desde su punto de vista las fuentes
de la autoridad tradicional. Su camino los ha conducido al mismo venero
del que aquélla se originó. Y ya que dicha autoridad les muestra el
mismo rostro que ha tenido durante generaciones y generaciones, antes de
que ellos existieran, nada hay en ella que los estimule a cambiarla. Al
contrario, se esfuerzan en mantener estrictamente la interpretación
tradicional." [2]
El carácter conservador es posible por la forma
en la que se busca transmitir las experiencias que, por su propia
naturaleza, son incomunicables y esto se debe a que cuanto mayor sea la
profundidad con la que se experimenta, menor es la posibilidad de
definirla objetivamente, ya que su materia trasciende aquellas
categorías de sujeto y objeto que presupone una definición.
Cuando el místico se esfuerza en comunicar a través del lenguaje el
camino que ha recorrido, vemos que la experiencia se le expresa
necesariamente a él mismo dentro de un orden de símbolos e ideas
convencionales en los que se halla inmerso, porque la experiencia
visionaria es una epifanía de su realidad interior y estará modelada,
entre otras cosas, por su pensamiento y formación doctrinal [3], aun
cuando los objetos de esta experiencia sean en el fondo los mismos y no
esencialmente diferentes de aquellos que pueden presentarse en un marco
tradicional que no le es propio.
"Cierto es que siempre queda
algo que el místico no puede comunicar ni suficiente ni exhaustivamente;
pero cuando lo intenta -y este esfuerzo nos basta ya para reconocerle-
interpreta su propia experiencia en una lengua, en imágenes e ideas que
fueron creadas antes que él y para él." [4]
Desde este punto de
vista y reteniendo las palabras finales de Scholem, imágenes e ideas que
fueron creadas antes que él y para él, podemos decir que se cumple, con
respecto la literatura sagrada de cada religión particular, la
sentencia que el maestro iranio Sohravardî -sobre quien volveremos más
adelante- enunció con respecto al Corán: "Leélo como si hubiera sido
escrito para ti mismo" [5]
Lo que aquí opera es la función
rigurosamente cognitiva de la imaginación activa a través de una
experiencia que transmuta todo en imágenes-símbolo reveladoras de la
correspondencia entre lo visible y lo invisible, es decir, una
hermenéutica esotérica o ta'wîl que implica la idea de un acto de
elevación, de una voz ascendente que vuelve a llevar los datos a su
origen, a su arquetipo.
Sin embargo, a pesar de que el tipo de
gnóstico que aquí estamos considerando desarrolla su vida en el contexto
de una sociedad tradicional donde todo está impregnado de concepciones y
símbolos tradicionales y cada acto se efectúa de forma ritual [6]
sirviéndole como soporte indispensable para sus ulteriores desarrollos
en vistas a una realización efectiva, este hecho no puede ser
considerado como garantía suficiente para evitar que se desvíe de la
autoridad tradicional. La educación religiosa del grupo (es-shariyah)
deja la puerta abierta a quien se aventure a seguir por sus propios
medios ese profundo anhelo que vibra en su corazón, tal vez sin
comprender cabalmente hasta donde podría conducirlo, a múltiples
confusiones y fantasías que, además de oponerse a los esquemas y
doctrinas regularmente reconocidos, lo deja librado al abismo de lo
incontrolado y lo incontrolable frustrando todas sus aspiraciones, por
más sinceras que éstas puedan ser. Por este motivo, se dice que en
cualquier tentativa de alcanzar horizontes metafísicos es absolutamente
necesaria la presencia de un guía, jefe, Maestro espiritual o Guru, de
acuerdo a la terminología hindú. A este respecto, Scholem precisa:
"El que busca solo su camino puede, desde luego extraviarse fácilmente y
aún caer en la locura, pues el sendero del místico está empedrado y
rodeado de peligros; discurre al borde de los abismos de la conciencia y
exige un paso mesurado y seguro. (...) Sin guía se corre el riesgo de
perderse en el desierto de la aventura mística."
(...)
"Aparte de esto, el Guru cumple otra función de la que no se suele hablar con tanta frecuencia, pero no es de ninguna manera menos real: representa la autoridad religiosa en su constitución tradicional. Dirige y determina la interpretación de la experiencia mística, incluso antes de que se produzca. La canaliza a través de vías aceptables para al autoridad establecida." [7]
(...)
"Aparte de esto, el Guru cumple otra función de la que no se suele hablar con tanta frecuencia, pero no es de ninguna manera menos real: representa la autoridad religiosa en su constitución tradicional. Dirige y determina la interpretación de la experiencia mística, incluso antes de que se produzca. La canaliza a través de vías aceptables para al autoridad establecida." [7]
El Guru señala un camino conforme a la
tradición en la que él mismo actúa como representante o mediador; pero
no sólo es un "transmisor" de la influencia vinculada al rito que
cumple, sino que, aplicando todos los medios convenientes a sus propias
posibilidades, guía al iniciado con una ayuda aportada desde fuera al
trabajo interior que ineludiblemente debe cumplir para llegar a una
realización espiritual a cualquier grado que sea. No obstante, no
debemos perder de vista una significación más profunda de lo dicho hasta
aquí sobre la función del Guru y para eso nos remitiremos a estas
palabras de René Guénon que, como de costumbre, arrojan gran luz sobre
la cuestión que nos ocupa:
"el Guru humano mismo no es en el
fondo más que la representación exteriorizada y como "materializada" del
verdadero 'Guru interior', y su necesidad se debe a que el iniciado,
mientras no ha llegado a un cierto grado de desarrollo espiritual, es
incapaz de entrar directamente en comunicación consciente con éste. Haya
o no un Guru humano, el Guru interior está siempre presente en todos
los casos, puesto que es uno con el 'Sí mismo' "[8]
Si el guía
actúa como un reflejo del Maestro interior, siempre uno con el Sí mismo,
desde esta misma perspectiva podríamos considerar la totalidad de la
doctrina que transmite y la fuente de la que brotan sus palabras.
No son pocas las precauciones tomadas por los representantes de la
autoridad religiosa para evitar las posibles desviaciones que pudieran
presentarse entre los aspirantes a recorrer la vía interior debido a una
insuficiente preparación teórica. Es así como en el judaísmo, por poner
un ejemplo, se cita en todos los libros la advertencia de Maimónides:
Nadie es digno de entrar en el paraíso (es decir, en el reino de la
mística) a no ser que primero se haya hartado de pan y carne [9], o sea,
del alimento de la pura sabiduría rabínica alcanzado por quienes poseen
un aprendizaje talmúdico completo.
Pero a lo largo de la
historia, ciertamente, no han sido pocos los casos, ya se trate de
sectas, grupos aislados o simples individuos, que han dado lugar a todo
tipo de desviaciones y perversiones con respecto la ortodoxia
tradicional; algunos más afortunados que otros. Uno de los casos más
típicos es el que se produjo en Europa, en el seno del cristianismo,
alcanzando su mayor expresión en el siglo XVII con la publicación de la
obra del sacerdote español Miguel de Molinos (1628-1696) en la que se
sentaban las bases del denominado Quietismo, una forma de misticismo
calificada por el propio Guénon como "aberrante", cuya característica
principal es llevar la pasividad al extremo. [10] Este movimiento fue
condenado por la Iglesia por considerar graves y numerosos los peligros
de llevar la pasividad a su grado máximo. Está claro que en todo esto
hay, además de una burda literalización, una clara inversión, más allá
de las similitudes que pretendan encontrar algunos autores modernos, de
lo que en el Taoísmo se conoce "wu-wei", cuya traducción aceptable es
justamente la de "no-actuar", con sus respectivas correspondencias en
las diversas tradiciones, porque no sólo no se trata de la inactividad
sino que es, al contrario, la suprema actividad, ya que para quien se
sitúa en el centro mismo de la "rueda cósmica", implica un perfecto
desapego de la acción exterior como de todas las cosas contingentes y
mutables, tal como se presentan en el dominio del tiempo.
Paralelamente a esto, encontramos ejemplos de gnósticos que sin una
preparación doctrinal sufiente lograron elevados progresos espirituales
puediendo incluso integrarse dentro de la propia tradición de la
comunidad que los vio nacer. Uno de estos ejemplos es el de uno de los
esoteristas judíos más importante de los últimos tiempos, Israel
Bá'al-Sem (1698-1760), cuyos "conocimientos", en el sentido tradicional
del término, eran muy limitados ya que no había recibido instrucción por
parte de ningún maestro de carne y hueso que puediera guiarlo en el
camino; sin embargo, - y este es un punto sobre el que vale la pena
meditar detenidamente- reconoció como único Maestro espiritual al
profeta Ahiyá de Siló, con quien mantenía constatemente un contacto
visionario. A pesar de su aparente heterodoxia, el movimiento por él
fundado logró obtener, con algunos compromisos mediante, igualdad de
derechos dentro de los márgenes de la autoridad transmitida. [11] Del
mismo modo, tenemos al persa Rûzbehân de Shîrâz quien, según nos cuenta
él mismo en su obra autobiográfica titulada Kashf al-asrâr (El
desvelamiento de los secretos) -que podría equipararse al Diarium
spirituale de Emmanuel Swedenborg-, de origen humilde, nació "entre
ignorantes, entre personas que eran víctimas de la inconsciencia y el
error, groseros y vulgares". Desde temprana edad fue asaltado por todo
tipo de experiencias visionarias, hasta que luego de algunos años, tras
convertirse en su discípulo, obtiene una iniciación plena directamente
del misterioso profeta Khezr, "el maestro personal de todos aquellos que
no tienen iniciador ni maestros terrenales"[12] Posteriormente, parte
en busca de su familia espiritual en la tierra y es admitido entre los
sufíes, de quienes recibe una formación regular en las ciencias
tradicionales. En occidente -y lo anotamos de pasada para mostrar que
tales situaciones pudieron darse indistintamente en cualquiera de las
tradiciones del Libro- hay un caso muy conocido y de características
afines; es el del zapatero alemán Jacob Böeme (1575-1624), que,
independientemente de lo que pudo aprender en sus viajes, entró en
contacto, por medios desconocidos, y fue iniciado por un personaje
misterioso, que bien pudo tratarse de la apariencia revestida por un
"adepto" que actuaba al margen de las condiciones ordinarias de tiempo y
lugar, que no volvió a aparecer en lo sucesivo, poco antes de que
comenzara a redactar una obra de gran lucidez pero que puede presentarse
oscura en algunos pasajes por no contar con una instrucción iniciática
regular[13] En todo esto, es importante remarcar, para evitar
confusiones o generar ilusiones de cualquier tipo que sea, que no se
trata sino de casos excepcionales que se producen cuando ciertas
circunstancias hacen imposible la transmisión normal, en individuos que
poseen, como explica Guénon, "cualificaciones que exceden en mucho a las
ordinarias, y con unas aspiraciones lo bastante intensas como para
atraer, en cierto modo, hacia ellos la influencia espiritual que no
pueden buscar por sus propios medios." [14]
En Böehme encontramos
una notable diferencia con respecto a las personalidades
precedentemente citadas; si bien su obra es esencialmente cristiana,
éste no pudo incorporarse dentro de los parámetros institucionales de la
autoridad oficial. Fue desterrado de su ciudad y sus escritos fueron,
de hecho, prohibidos por el pastor luterano Gregorius Richter.
A
partir de aquí, podemos hablar de lo que Scholem define como "aspecto
revolucionario" o "innovador" de un esoterismo que por medio de su
exégesis simbólica inicia una apertura capaz de alterar la autoridad
religiosa, utilizando los símbolos como medio de transformación, pero
que en nada podrían afectar a la Tradición que, en virtud de su
perennidad, permanece siempre inalterable pero "misteriosamente
renovada". Este autor, en su más que recomendable trabajo, nos dice que
el intérprete de los símbolos,
"se inclina ante la autoridad con
una veneración piadosa, pero esa inclinación apenas alcanza a encubrir
el hecho de que realmente la está transformando, a menudo de una manera
audaz e incluso a veces, extremada. Utiliza viejos símbolos y les
proporciona un nuevo sentido, o bien gusta igualmente de utilizar nuevos
símbolos a los que confiere un significado antiguo; en ambos casos nos
encontramos ante un proceso dialéctico en el que se ponen de manifiesto
el aspecto conservador y el innovador de la mística en una relación
recíproca." [15]
Entre estos, en el judaísmo, tenemos a Isaac
Luria (1534-1572), quien en toda su trayectoria se muestra como un
conservador integral aceptando el conjunto de la autoridad rabínica
establecida y se esfuerza en confirmar la importancia de tal autoridad
exponiendo una interpretación más elevada y un sentido aún más profundo
de la doctrina, es decir, el aspecto más cercano a su núcleo; pero,
paradojalmente, las ideas de las que se sirve para emprender esta tarea,
son de una naturaleza totalmente novedosas. Sin embargo, estas ideas
fueron puestas en relación a la institución establecida, al exigir para
ellas la autoridad de una revelación del profeta Elías, transformando
así la fuente de inspiración en una nueva autoridad por derecho propio.
En lo que respecta al Islam, volvemos a encontrarnos con la figura de
Sohravardî (1155-1191), el cual, en la concepción radical de su
teosofía, pretendió entroncar directamente la doctrina oficial con el
pensamiento de la antigua Persia para resucitar la sabiduría de la luz
de los antiguos magos y reformularla desde el pensamiento islámico sobre
la base de una hierohistoria que trasciende y determina los hechos de
la historia profana. Su vida itinerante lo conduce hasta Alepo, Siria,
donde se manifestaron sus discrepancias con los foqahâ, los doctores de
la ley, que lo denunciaron ante Salâhoddîn, quien lo encarceló en la
ciudadela, donde murió en circunstancias no aclaradas. [16]
Es
mucho lo que se podría decir sobre los enfrentamientos que, una y otra
vez, se han ido suscitando con los representantes de la ley,
enfrentamientos que la mayoría de las veces los iniciados procuraron
evitar realizando grandes esfuerzos por mantenerse dentro del marco de
la autoridad religiosa -porque, en el fondo, saben que la letra de la
Revelación reviste el espíritu de la Verdad única que fue conferida de
modo directo, inmediato, a los encargados de su transmisión-, y sólo
fueron llevados a una tal situación cuando tuvieron que enfrentarse a
una oposición especialmente reacia. Esto parece ser una de las
consecuencias lógicas del oscurecimiento que acompaña al descenso
cíclico y tal vez uno de los casos más notorios lo encontremos en
occidente, puesto que la Iglesia Católica, desde hace ya varios siglos,
parece haber cerrado toda posible vía de comunicación con las
organizaciones iniciáticas a las que antaño estuvo estrechamente ligada.
[17]
Para finalizar, y partiendo de lo dicho sobre el maestro de
Sohravard, también conocido como Shaykh al-Ishrâq, nos interesa
destacar el papel que han desempeñado aquellos teósofos que, por
diversas circunstancias, decidieron moverse por fuera de las
demarcaciones de lo institucional, sin que eso nos permita decir que su
obra no se ajusta fielmente a la principios rectores emanados de la
Tradición. Además de los ya mencionados, podemos incluir a Emmanuel
Swedenborg (1688-1772), William Law (1686-1761), Jane Lead (1623-1794),
Louis-Claude de Saint Martin (1743-1803), Johann Georg Gichtel
(1638-1710), Karl von Eckartshausen (1752-1803), William Blake
(1757-1827) -y este quizá sea un caso de los más paradigmáticos-, entre
varios otros. En la obra legada por la mayoría de estos personajes de
Occidente, permanece el simbolismo de inspiración cristiana; su
imaginación, como sugiere Scholem, "está aún llena de figuras de la
tradición, bien sea de la oficial de la Iglesia católica o, como en el
caso de Blake, de la Providencia subterránea y esotérica de raíz
hermética y espiritualista. Aquí se acredita de nuevo la fuerza de la
tradición sobre la base de los revolucionarios mismos, los cuales buscan
en último extremo la autoridad en sí y la interpretación secularizada
de sus visiones."[18]
Llegados a este punto en nuestras
disquisiciones, cabe hacer una pregunta: ¿de qué nos sirve analizar
todas estas cuestiones si no es, en definitiva, para comprender mejor la
posición que ocupamos en el mundo y el alcance de las posibilidades que
tenemos a nuestra disposición?
Es evidente, y no hace falta
insistir demasiado en esto, que, donde sea que nos encontremos -porque
esto hace varios años dejó de ser una cuestión meramente occidental-, no
podremos contar siquiera con los soportes propios de una sociedad
tradicional para el desarrollo integral de las posibilidades
individuales. Las sociedades modernas, antitradicionales desde todo
punto de vista, tienden ante los ojos el señuelo de un escenario
satánico que coarta las libertades hasta lo inconcebible, obligando al
hombre, que no deja de oscilar entre una confortable inercia y el miedo
más paralizante provocado por los signos del terror de este macabro
espectáculo, a no ser más que el simple producto del utilitarismo más
alienante. Pero esto no puede ser motivo suficiente para desfallecer en
la melancolía del exilio y entregar las armas que nos han sido confiadas
para nuestro combate por el Alma del Mundo.
Si los datos
analizados nos demuestran que son múltiples y variados los caminos por
los que el hombre puede impregnarse con la sabia de la Tradición Unánime
y Primordial, la Sophia Perennis et universalis, es porque ella misma
no tiene un origen susceptible de ser determinado en el tiempo, porque
su origen es "no-humano" como la propia metafísica. En este sentido,
luego de su brillante exposición sobre las doctrinas orientales, añade
René Guénon:
"La doctrinas de este orden no aparecieron en ningún
momento particular de la historia de la humanidad: la alusión que hemos
hecho al "estado primordial", y también lo que hemos dicho sobre el
carácter intemporal de todo lo que es metafísico, debería poder permitir
comprender sin demasiada dificultad, con tal de resignarse a admitir,
contrariamente a ciertos prejuicios, que hay cosas en las que el punto
de vista histórico no es aplicable en modo alguno. La verdad metafísica
es eterna; por eso mismo siempre ha habido seres que han podido
conocerla real y totalmente." [19]
La Tradición, siempre una,
fuente inagotable y plena de vida, no puede desaparecer, no puede
volverse inaccesible porque su dominio es eterno y universal como el
núcleo irreductible que en el hombre debe ser reconquistado. Evitando
caer en ciertas rigideces propias de las viejas concepciones de un
perennealismo literalizante que es incapaz de rebasar la dialéctica
racionalista con sus frías construcciones sistemáticas -y que parece
agradar especialmente a algunos "tradicionalistas" que se sienten muy
cómodos con estos esquemas que tanto molestaban al propio Guénon-,
adherimos a la definición aportada por Agustín López Tobajas en su
introducción a los relatos visionarios de Sohravardî:
"la
tradición es, básica y esencialmente, una realidad metahistórica, pese a
lo cual -o, mejor, por lo cual- puede actuar de forma efectiva y
permanente sobre nuestro mundo, siendo la institución con todos sus
mecanismos fácticos de transmisión la materalización, necesaria pero
relativamente secundaria, de una continuidad que, en su esencia, se
sitúa básicamente en otro plano." [20]
Por eso, quien llegue al
centro de la circunferencia que mencionábamos al comienzo, se encuentra
por eso mismo, más allá de toda institución humana, las formas están
unificadas para él sin mezcla ni confusión:
"para él, las formas
ya no tienen el carácter de vías o de medios, de los cuales ya no tiene
necesidad y ya no subsisten sino en tanto que expresiones de la Verdad
una, expresiones de las que es completamente legítimo servirse según las
circunstancias como lo es hablar en diferentes lenguas para hacerse
entender por aquellos a quienes uno se dirige." [21]
También podemos citar los maravillosos y conocidos versos del maestro sufí Ibn 'Arabî
¡Oh maravilla! Un jardín entre las llamas...
Mi corazón se ha hecho capaz de todas las formas.
Es pradera para las gacelas y monasterio para los monjes,
Templo para los ídolos y Ka'ba del peregrino,
Tablas de la Torá y libro del Corán.
Profeso la religión del Amor y cualquier dirección
Que tome su montura, el Amor es mi religión y mi fe.
Mi corazón se ha hecho capaz de todas las formas.
Es pradera para las gacelas y monasterio para los monjes,
Templo para los ídolos y Ka'ba del peregrino,
Tablas de la Torá y libro del Corán.
Profeso la religión del Amor y cualquier dirección
Que tome su montura, el Amor es mi religión y mi fe.
Quien se proponga avanzar por el camino de la Tradición siguiendo la
estela indeleble dejada por los grandes maestros, aún cuando sea
consciente de que no podría pretender alcanzar un grado elevado de
realización espiritual, recibirá, si sus ojos están dispuestos a ver,
destellos de una realidad que nos trasciende y que a su vez está más
dentro de nosotros que nosotros mismos; así, este contacto con el Ser,
es expresado magníficamente Ernst Jünger:
"Todo el que alguna vez
ha tenido un contacto con el Ser ha rebasado con ello las lindes dentro
de las cuales continúan poseyendo importancia las palabras, los
conceptos, las escuelas, las Confesiones. Pues ha aprendido a venerar lo
que da vida a todas esas cosas." [22]
Si reparamos en esto,
comprenderemos que nada puede dispensarnos de adquirir una preparación
teórica adecuada, porque el conocimiento que en principio es virtual, a
través de un trabajo interno que es igualmente necesario, deberá ser
realizado después efectivamente. Y así como el instructor humano es un
reflejo del Maestro interior, los símbolos de la Tradición constituyen
el lenguaje de nuestro alter ego celeste, es el mensaje y la enseñanza
del Ángel que nos es transmitida por innumerables voces que no son sino
los reflejos que vemos en los innumerables fragmentos dispersos de ese
espejo único que revela nuestro verdadero rostro.
Lo importante, a
fin de cuentas, es ponerse en marcha y no desistir en la heroica
empresa a la que nos comprometimos, porque si escuchamos, al menos por
una vez, ese triste llamado que clama por el retorno, no nos estará
permitido eludir nuestra responsabilidad en la vida terrena. Para este
fin, siempre podremos contar con el auxilio de la sempiterna Tradición,
porque en el cofre de sus preciosos tesoros contiene las claves para
acercarnos un poco más a esa dulce Tierra sin tiempo a la que debemos
regresar.
Notas:
[2] Gershom Scholem, La cábala y su simbolismo.
[3] Ver: Máximo Lameiro, El Árbol de la Vida en el Apocalipsis como símbolo de la coincidentia oppositorum, Nota 5. Recomendamos asimismo la lectura completa del artículo.
[4] Gershom Scholem, Op. cit.
[5] Sihâboddîn Yahyâ Sohravardî, El encuentro con el ángel. - Introducción de Agustín López Tobajas.
[6] Es decir, "conforme al orden", según la acepción del término sánscrito rita; así pues, es lo único realmente "normal". Ver: René Guénon, Apercepciones sobre la iniciación.
[7] Gershom Scholem, Op. cit.
[8] René Guénon, Iniciación y realización espiritual.
[9] Gershom Scholem, Op. cit.
[10] René Guénon, Iniciación y realización espiritual, capítulo XXVI. Creemos entender que es fundamentalmente en este tipo de "misticismo" donde el metafísico francés concentra gran parte de sus críticas.
[11] Para más detalles, ver: Gershom Scholem, Op. cit.
[12] Para más detalles sobre la vida, obra y las experiencias visionarias de Rûzbehân de Shîrâz, recomendamos el interesante trabajo de Henry Corbin en "El Imam oculto"
[13] Ver: René Guénon, Op. cit., capítulo V.
[14] Ibídem. Cabría preguntarse si este no pudo haber sido el caso del propio René Guénon, iniciado luego en diferentes organizaciones iniciáticas. En todo caso, es una especulación que no nos llevaría demasiado lejos.
[15] Gershom Scholem, Op. cit.
[16] Para más detalles sobre la vida y obra de Sohravardî, recomendamos la lectura de la introducción que Agustín López Tobajas escribió para "El encuentro con el ángel"
[17] Recíprocamente, los miembros de estas organizaciones, muy disminuidas en la actualidad, prefieren darle la espalda a lo que, en su momento, fue la cara exterior de su tradición.
[18] Gershom Scholem, Op. cit.
[19] René Guénon, La metafísica oriental.
[20] Sihâboddîn Yahyâ Sohravardî, El encuentro con el ángel - Introducción de Agustín López Tobajas.
[21] René Guénon, Apercepciones sobre la Iniciación.
[22] Ernst Jünger, La emboscadura
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