jueves, 5 de marzo de 2015

La Autoridad de la Tradición.

Para quien siempre me recuerda el camino secreto que conduce al corazón del bosque…
Esa fuente mágica de la que un día
bebió al-Khidr el agua de la Vida,
está en tu propia casa,
pero has cegado el manantial.
(Fakhr-Al-Dîn ‘Iraqî)

Un tema que resulta interesante abordar es el papel que debe cumplir lo que se ha convenido en designar como "autoridad espiritual" o "autoridad religiosa" dentro del marco de una forma tradicional particular en la que rige sobre el lado religioso o exotérico de la doctrina, siempre hablando de las religiones del Libro - pero sin que esto signifique que ciertas observaciones que se desarrollarán en el presente artículo no puedan extenderse a otras formas tradicionales-, en relación a lo que podemos considerar como su lado más interior y profundo, es decir, su aspecto esotérico. La distinción entre estas dos partes, complementarias la una de la otra, siguiendo la terminología árabe podemos definirla más concretamente como, por un lado, es-shariyah, es decir, literalmente la "gran ruta", común a todos, y por otro, el el-haqîwah, o sea, la "verdad interior", reservada a una elite. Valiéndonos asimismo del simbolismo geométrico, estamos refiriéndonos respectivamente a la circunferencia y su centro. [1]
Ante todo es menester considerar que toda corriente esotérica puede presentar a su vez dos aspectos fundamentales que se contradicen o se complementan: uno conservador y otro revolucionario.
Con respecto a la primera de estas categorías, explica Gershom Scholem:
"estos místicos parecen redescubrir desde su punto de vista las fuentes de la autoridad tradicional. Su camino los ha conducido al mismo venero del que aquélla se originó. Y ya que dicha autoridad les muestra el mismo rostro que ha tenido durante generaciones y generaciones, antes de que ellos existieran, nada hay en ella que los estimule a cambiarla. Al contrario, se esfuerzan en mantener estrictamente la interpretación tradicional." [2]
El carácter conservador es posible por la forma en la que se busca transmitir las experiencias que, por su propia naturaleza, son incomunicables y esto se debe a que cuanto mayor sea la profundidad con la que se experimenta, menor es la posibilidad de definirla objetivamente, ya que su materia trasciende aquellas categorías de sujeto y objeto que presupone una definición.
Cuando el místico se esfuerza en comunicar a través del lenguaje el camino que ha recorrido, vemos que la experiencia se le expresa necesariamente a él mismo dentro de un orden de símbolos e ideas convencionales en los que se halla inmerso, porque la experiencia visionaria es una epifanía de su realidad interior y estará modelada, entre otras cosas, por su pensamiento y formación doctrinal [3], aun cuando los objetos de esta experiencia sean en el fondo los mismos y no esencialmente diferentes de aquellos que pueden presentarse en un marco tradicional que no le es propio.
"Cierto es que siempre queda algo que el místico no puede comunicar ni suficiente ni exhaustivamente; pero cuando lo intenta -y este esfuerzo nos basta ya para reconocerle- interpreta su propia experiencia en una lengua, en imágenes e ideas que fueron creadas antes que él y para él." [4]
Desde este punto de vista y reteniendo las palabras finales de Scholem, imágenes e ideas que fueron creadas antes que él y para él, podemos decir que se cumple, con respecto la literatura sagrada de cada religión particular, la sentencia que el maestro iranio Sohravardî -sobre quien volveremos más adelante- enunció con respecto al Corán: "Leélo como si hubiera sido escrito para ti mismo" [5]
Lo que aquí opera es la función rigurosamente cognitiva de la imaginación activa a través de una experiencia que transmuta todo en imágenes-símbolo reveladoras de la correspondencia entre lo visible y lo invisible, es decir, una hermenéutica esotérica o ta'wîl que implica la idea de un acto de elevación, de una voz ascendente que vuelve a llevar los datos a su origen, a su arquetipo.
Sin embargo, a pesar de que el tipo de gnóstico que aquí estamos considerando desarrolla su vida en el contexto de una sociedad tradicional donde todo está impregnado de concepciones y símbolos tradicionales y cada acto se efectúa de forma ritual [6] sirviéndole como soporte indispensable para sus ulteriores desarrollos en vistas a una realización efectiva, este hecho no puede ser considerado como garantía suficiente para evitar que se desvíe de la autoridad tradicional. La educación religiosa del grupo (es-shariyah) deja la puerta abierta a quien se aventure a seguir por sus propios medios ese profundo anhelo que vibra en su corazón, tal vez sin comprender cabalmente hasta donde podría conducirlo, a múltiples confusiones y fantasías que, además de oponerse a los esquemas y doctrinas regularmente reconocidos, lo deja librado al abismo de lo incontrolado y lo incontrolable frustrando todas sus aspiraciones, por más sinceras que éstas puedan ser. Por este motivo, se dice que en cualquier tentativa de alcanzar horizontes metafísicos es absolutamente necesaria la presencia de un guía, jefe, Maestro espiritual o Guru, de acuerdo a la terminología hindú. A este respecto, Scholem precisa:
"El que busca solo su camino puede, desde luego extraviarse fácilmente y aún caer en la locura, pues el sendero del místico está empedrado y rodeado de peligros; discurre al borde de los abismos de la conciencia y exige un paso mesurado y seguro. (...) Sin guía se corre el riesgo de perderse en el desierto de la aventura mística."
(...)
"Aparte de esto, el Guru cumple otra función de la que no se suele hablar con tanta frecuencia, pero no es de ninguna manera menos real: representa la autoridad religiosa en su constitución tradicional. Dirige y determina la interpretación de la experiencia mística, incluso antes de que se produzca. La canaliza a través de vías aceptables para al autoridad establecida." [7]
El Guru señala un camino conforme a la tradición en la que él mismo actúa como representante o mediador; pero no sólo es un "transmisor" de la influencia vinculada al rito que cumple, sino que, aplicando todos los medios convenientes a sus propias posibilidades, guía al iniciado con una ayuda aportada desde fuera al trabajo interior que ineludiblemente debe cumplir para llegar a una realización espiritual a cualquier grado que sea. No obstante, no debemos perder de vista una significación más profunda de lo dicho hasta aquí sobre la función del Guru y para eso nos remitiremos a estas palabras de René Guénon que, como de costumbre, arrojan gran luz sobre la cuestión que nos ocupa:
"el Guru humano mismo no es en el fondo más que la representación exteriorizada y como "materializada" del verdadero 'Guru interior', y su necesidad se debe a que el iniciado, mientras no ha llegado a un cierto grado de desarrollo espiritual, es incapaz de entrar directamente en comunicación consciente con éste. Haya o no un Guru humano, el Guru interior está siempre presente en todos los casos, puesto que es uno con el 'Sí mismo' "[8]
Si el guía actúa como un reflejo del Maestro interior, siempre uno con el Sí mismo, desde esta misma perspectiva podríamos considerar la totalidad de la doctrina que transmite y la fuente de la que brotan sus palabras.
No son pocas las precauciones tomadas por los representantes de la autoridad religiosa para evitar las posibles desviaciones que pudieran presentarse entre los aspirantes a recorrer la vía interior debido a una insuficiente preparación teórica. Es así como en el judaísmo, por poner un ejemplo, se cita en todos los libros la advertencia de Maimónides:
Nadie es digno de entrar en el paraíso (es decir, en el reino de la mística) a no ser que primero se haya hartado de pan y carne [9], o sea, del alimento de la pura sabiduría rabínica alcanzado por quienes poseen un aprendizaje talmúdico completo.
Pero a lo largo de la historia, ciertamente, no han sido pocos los casos, ya se trate de sectas, grupos aislados o simples individuos, que han dado lugar a todo tipo de desviaciones y perversiones con respecto la ortodoxia tradicional; algunos más afortunados que otros. Uno de los casos más típicos es el que se produjo en Europa, en el seno del cristianismo, alcanzando su mayor expresión en el siglo XVII con la publicación de la obra del sacerdote español Miguel de Molinos (1628-1696) en la que se sentaban las bases del denominado Quietismo, una forma de misticismo calificada por el propio Guénon como "aberrante", cuya característica principal es llevar la pasividad al extremo. [10] Este movimiento fue condenado por la Iglesia por considerar graves y numerosos los peligros de llevar la pasividad a su grado máximo. Está claro que en todo esto hay, además de una burda literalización, una clara inversión, más allá de las similitudes que pretendan encontrar algunos autores modernos, de lo que en el Taoísmo se conoce "wu-wei", cuya traducción aceptable es justamente la de "no-actuar", con sus respectivas correspondencias en las diversas tradiciones, porque no sólo no se trata de la inactividad sino que es, al contrario, la suprema actividad, ya que para quien se sitúa en el centro mismo de la "rueda cósmica", implica un perfecto desapego de la acción exterior como de todas las cosas contingentes y mutables, tal como se presentan en el dominio del tiempo.
Paralelamente a esto, encontramos ejemplos de gnósticos que sin una preparación doctrinal sufiente lograron elevados progresos espirituales puediendo incluso integrarse dentro de la propia tradición de la comunidad que los vio nacer. Uno de estos ejemplos es el de uno de los esoteristas judíos más importante de los últimos tiempos, Israel Bá'al-Sem (1698-1760), cuyos "conocimientos", en el sentido tradicional del término, eran muy limitados ya que no había recibido instrucción por parte de ningún maestro de carne y hueso que puediera guiarlo en el camino; sin embargo, - y este es un punto sobre el que vale la pena meditar detenidamente- reconoció como único Maestro espiritual al profeta Ahiyá de Siló, con quien mantenía constatemente un contacto visionario. A pesar de su aparente heterodoxia, el movimiento por él fundado logró obtener, con algunos compromisos mediante, igualdad de derechos dentro de los márgenes de la autoridad transmitida. [11] Del mismo modo, tenemos al persa Rûzbehân de Shîrâz quien, según nos cuenta él mismo en su obra autobiográfica titulada Kashf al-asrâr (El desvelamiento de los secretos) -que podría equipararse al Diarium spirituale de Emmanuel Swedenborg-, de origen humilde, nació "entre ignorantes, entre personas que eran víctimas de la inconsciencia y el error, groseros y vulgares". Desde temprana edad fue asaltado por todo tipo de experiencias visionarias, hasta que luego de algunos años, tras convertirse en su discípulo, obtiene una iniciación plena directamente del misterioso profeta Khezr, "el maestro personal de todos aquellos que no tienen iniciador ni maestros terrenales"[12] Posteriormente, parte en busca de su familia espiritual en la tierra y es admitido entre los sufíes, de quienes recibe una formación regular en las ciencias tradicionales. En occidente -y lo anotamos de pasada para mostrar que tales situaciones pudieron darse indistintamente en cualquiera de las tradiciones del Libro- hay un caso muy conocido y de características afines; es el del zapatero alemán Jacob Böeme (1575-1624), que, independientemente de lo que pudo aprender en sus viajes, entró en contacto, por medios desconocidos, y fue iniciado por un personaje misterioso, que bien pudo tratarse de la apariencia revestida por un "adepto" que actuaba al margen de las condiciones ordinarias de tiempo y lugar, que no volvió a aparecer en lo sucesivo, poco antes de que comenzara a redactar una obra de gran lucidez pero que puede presentarse oscura en algunos pasajes por no contar con una instrucción iniciática regular[13] En todo esto, es importante remarcar, para evitar confusiones o generar ilusiones de cualquier tipo que sea, que no se trata sino de casos excepcionales que se producen cuando ciertas circunstancias hacen imposible la transmisión normal, en individuos que poseen, como explica Guénon, "cualificaciones que exceden en mucho a las ordinarias, y con unas aspiraciones lo bastante intensas como para atraer, en cierto modo, hacia ellos la influencia espiritual que no pueden buscar por sus propios medios." [14]
En Böehme encontramos una notable diferencia con respecto a las personalidades precedentemente citadas; si bien su obra es esencialmente cristiana, éste no pudo incorporarse dentro de los parámetros institucionales de la autoridad oficial. Fue desterrado de su ciudad y sus escritos fueron, de hecho, prohibidos por el pastor luterano Gregorius Richter.
A partir de aquí, podemos hablar de lo que Scholem define como "aspecto revolucionario" o "innovador" de un esoterismo que por medio de su exégesis simbólica inicia una apertura capaz de alterar la autoridad religiosa, utilizando los símbolos como medio de transformación, pero que en nada podrían afectar a la Tradición que, en virtud de su perennidad, permanece siempre inalterable pero "misteriosamente renovada". Este autor, en su más que recomendable trabajo, nos dice que el intérprete de los símbolos,
"se inclina ante la autoridad con una veneración piadosa, pero esa inclinación apenas alcanza a encubrir el hecho de que realmente la está transformando, a menudo de una manera audaz e incluso a veces, extremada. Utiliza viejos símbolos y les proporciona un nuevo sentido, o bien gusta igualmente de utilizar nuevos símbolos a los que confiere un significado antiguo; en ambos casos nos encontramos ante un proceso dialéctico en el que se ponen de manifiesto el aspecto conservador y el innovador de la mística en una relación recíproca." [15]
Entre estos, en el judaísmo, tenemos a Isaac Luria (1534-1572), quien en toda su trayectoria se muestra como un conservador integral aceptando el conjunto de la autoridad rabínica establecida y se esfuerza en confirmar la importancia de tal autoridad exponiendo una interpretación más elevada y un sentido aún más profundo de la doctrina, es decir, el aspecto más cercano a su núcleo; pero, paradojalmente, las ideas de las que se sirve para emprender esta tarea, son de una naturaleza totalmente novedosas. Sin embargo, estas ideas fueron puestas en relación a la institución establecida, al exigir para ellas la autoridad de una revelación del profeta Elías, transformando así la fuente de inspiración en una nueva autoridad por derecho propio.
En lo que respecta al Islam, volvemos a encontrarnos con la figura de Sohravardî (1155-1191), el cual, en la concepción radical de su teosofía, pretendió entroncar directamente la doctrina oficial con el pensamiento de la antigua Persia para resucitar la sabiduría de la luz de los antiguos magos y reformularla desde el pensamiento islámico sobre la base de una hierohistoria que trasciende y determina los hechos de la historia profana. Su vida itinerante lo conduce hasta Alepo, Siria, donde se manifestaron sus discrepancias con los foqahâ, los doctores de la ley, que lo denunciaron ante Salâhoddîn, quien lo encarceló en la ciudadela, donde murió en circunstancias no aclaradas. [16]
Es mucho lo que se podría decir sobre los enfrentamientos que, una y otra vez, se han ido suscitando con los representantes de la ley, enfrentamientos que la mayoría de las veces los iniciados procuraron evitar realizando grandes esfuerzos por mantenerse dentro del marco de la autoridad religiosa -porque, en el fondo, saben que la letra de la Revelación reviste el espíritu de la Verdad única que fue conferida de modo directo, inmediato, a los encargados de su transmisión-, y sólo fueron llevados a una tal situación cuando tuvieron que enfrentarse a una oposición especialmente reacia. Esto parece ser una de las consecuencias lógicas del oscurecimiento que acompaña al descenso cíclico y tal vez uno de los casos más notorios lo encontremos en occidente, puesto que la Iglesia Católica, desde hace ya varios siglos, parece haber cerrado toda posible vía de comunicación con las organizaciones iniciáticas a las que antaño estuvo estrechamente ligada. [17]
Para finalizar, y partiendo de lo dicho sobre el maestro de Sohravard, también conocido como Shaykh al-Ishrâq, nos interesa destacar el papel que han desempeñado aquellos teósofos que, por diversas circunstancias, decidieron moverse por fuera de las demarcaciones de lo institucional, sin que eso nos permita decir que su obra no se ajusta fielmente a la principios rectores emanados de la Tradición. Además de los ya mencionados, podemos incluir a Emmanuel Swedenborg (1688-1772), William Law (1686-1761), Jane Lead (1623-1794), Louis-Claude de Saint Martin (1743-1803), Johann Georg Gichtel (1638-1710), Karl von Eckartshausen (1752-1803), William Blake (1757-1827) -y este quizá sea un caso de los más paradigmáticos-, entre varios otros. En la obra legada por la mayoría de estos personajes de Occidente, permanece el simbolismo de inspiración cristiana; su imaginación, como sugiere Scholem, "está aún llena de figuras de la tradición, bien sea de la oficial de la Iglesia católica o, como en el caso de Blake, de la Providencia subterránea y esotérica de raíz hermética y espiritualista. Aquí se acredita de nuevo la fuerza de la tradición sobre la base de los revolucionarios mismos, los cuales buscan en último extremo la autoridad en sí y la interpretación secularizada de sus visiones."[18]
Llegados a este punto en nuestras disquisiciones, cabe hacer una pregunta: ¿de qué nos sirve analizar todas estas cuestiones si no es, en definitiva, para comprender mejor la posición que ocupamos en el mundo y el alcance de las posibilidades que tenemos a nuestra disposición?
Es evidente, y no hace falta insistir demasiado en esto, que, donde sea que nos encontremos -porque esto hace varios años dejó de ser una cuestión meramente occidental-, no podremos contar siquiera con los soportes propios de una sociedad tradicional para el desarrollo integral de las posibilidades individuales. Las sociedades modernas, antitradicionales desde todo punto de vista, tienden ante los ojos el señuelo de un escenario satánico que coarta las libertades hasta lo inconcebible, obligando al hombre, que no deja de oscilar entre una confortable inercia y el miedo más paralizante provocado por los signos del terror de este macabro espectáculo, a no ser más que el simple producto del utilitarismo más alienante. Pero esto no puede ser motivo suficiente para desfallecer en la melancolía del exilio y entregar las armas que nos han sido confiadas para nuestro combate por el Alma del Mundo.
Si los datos analizados nos demuestran que son múltiples y variados los caminos por los que el hombre puede impregnarse con la sabia de la Tradición Unánime y Primordial, la Sophia Perennis et universalis, es porque ella misma no tiene un origen susceptible de ser determinado en el tiempo, porque su origen es "no-humano" como la propia metafísica. En este sentido, luego de su brillante exposición sobre las doctrinas orientales, añade René Guénon:
"La doctrinas de este orden no aparecieron en ningún momento particular de la historia de la humanidad: la alusión que hemos hecho al "estado primordial", y también lo que hemos dicho sobre el carácter intemporal de todo lo que es metafísico, debería poder permitir comprender sin demasiada dificultad, con tal de resignarse a admitir, contrariamente a ciertos prejuicios, que hay cosas en las que el punto de vista histórico no es aplicable en modo alguno. La verdad metafísica es eterna; por eso mismo siempre ha habido seres que han podido conocerla real y totalmente." [19]
La Tradición, siempre una, fuente inagotable y plena de vida, no puede desaparecer, no puede volverse inaccesible porque su dominio es eterno y universal como el núcleo irreductible que en el hombre debe ser reconquistado. Evitando caer en ciertas rigideces propias de las viejas concepciones de un perennealismo literalizante que es incapaz de rebasar la dialéctica racionalista con sus frías construcciones sistemáticas -y que parece agradar especialmente a algunos "tradicionalistas" que se sienten muy cómodos con estos esquemas que tanto molestaban al propio Guénon-, adherimos a la definición aportada por Agustín López Tobajas en su introducción a los relatos visionarios de Sohravardî:
"la tradición es, básica y esencialmente, una realidad metahistórica, pese a lo cual -o, mejor, por lo cual- puede actuar de forma efectiva y permanente sobre nuestro mundo, siendo la institución con todos sus mecanismos fácticos de transmisión la materalización, necesaria pero relativamente secundaria, de una continuidad que, en su esencia, se sitúa básicamente en otro plano." [20]
Por eso, quien llegue al centro de la circunferencia que mencionábamos al comienzo, se encuentra por eso mismo, más allá de toda institución humana, las formas están unificadas para él sin mezcla ni confusión:
"para él, las formas ya no tienen el carácter de vías o de medios, de los cuales ya no tiene necesidad y ya no subsisten sino en tanto que expresiones de la Verdad una, expresiones de las que es completamente legítimo servirse según las circunstancias como lo es hablar en diferentes lenguas para hacerse entender por aquellos a quienes uno se dirige." [21]
También podemos citar los maravillosos y conocidos versos del maestro sufí Ibn 'Arabî
¡Oh maravilla! Un jardín entre las llamas...
Mi corazón se ha hecho capaz de todas las formas.
Es pradera para las gacelas y monasterio para los monjes,
Templo para los ídolos y Ka'ba del peregrino,
Tablas de la Torá y libro del Corán.
Profeso la religión del Amor y cualquier dirección
Que tome su montura, el Amor es mi religión y mi fe.
Quien se proponga avanzar por el camino de la Tradición siguiendo la estela indeleble dejada por los grandes maestros, aún cuando sea consciente de que no podría pretender alcanzar un grado elevado de realización espiritual, recibirá, si sus ojos están dispuestos a ver, destellos de una realidad que nos trasciende y que a su vez está más dentro de nosotros que nosotros mismos; así, este contacto con el Ser, es expresado magníficamente Ernst Jünger:
"Todo el que alguna vez ha tenido un contacto con el Ser ha rebasado con ello las lindes dentro de las cuales continúan poseyendo importancia las palabras, los conceptos, las escuelas, las Confesiones. Pues ha aprendido a venerar lo que da vida a todas esas cosas." [22]
Si reparamos en esto, comprenderemos que nada puede dispensarnos de adquirir una preparación teórica adecuada, porque el conocimiento que en principio es virtual, a través de un trabajo interno que es igualmente necesario, deberá ser realizado después efectivamente. Y así como el instructor humano es un reflejo del Maestro interior, los símbolos de la Tradición constituyen el lenguaje de nuestro alter ego celeste, es el mensaje y la enseñanza del Ángel que nos es transmitida por innumerables voces que no son sino los reflejos que vemos en los innumerables fragmentos dispersos de ese espejo único que revela nuestro verdadero rostro.
Lo importante, a fin de cuentas, es ponerse en marcha y no desistir en la heroica empresa a la que nos comprometimos, porque si escuchamos, al menos por una vez, ese triste llamado que clama por el retorno, no nos estará permitido eludir nuestra responsabilidad en la vida terrena. Para este fin, siempre podremos contar con el auxilio de la sempiterna Tradición, porque en el cofre de sus preciosos tesoros contiene las claves para acercarnos un poco más a esa dulce Tierra sin tiempo a la que debemos regresar.
Notas:

[1] Ver René Guénon, Apercepciones sobre el esoterismo islámico y el taoísmo.
[2] Gershom Scholem, La cábala y su simbolismo.
[3] Ver: Máximo Lameiro, El Árbol de la Vida en el Apocalipsis como símbolo de la coincidentia oppositorum, Nota 5. Recomendamos asimismo la lectura completa del artículo.
[4] Gershom Scholem, Op. cit.
[5] Sihâboddîn Yahyâ Sohravardî, El encuentro con el ángel. - Introducción de Agustín López Tobajas.
[6] Es decir, "conforme al orden", según la acepción del término sánscrito rita; así pues, es lo único realmente "normal". Ver: René Guénon, Apercepciones sobre la iniciación.
[7] Gershom Scholem, Op. cit.
[8] René Guénon, Iniciación y realización espiritual.
[9] Gershom Scholem, Op. cit.
[10] René Guénon, Iniciación y realización espiritual, capítulo XXVI. Creemos entender que es fundamentalmente en este tipo de "misticismo" donde el metafísico francés concentra gran parte de sus críticas.
[11] Para más detalles, ver: Gershom Scholem, Op. cit.
[12] Para más detalles sobre la vida, obra y las experiencias visionarias de Rûzbehân de Shîrâz, recomendamos el interesante trabajo de Henry Corbin en "El Imam oculto"
[13] Ver: René Guénon, Op. cit., capítulo V.
[14] Ibídem. Cabría preguntarse si este no pudo haber sido el caso del propio René Guénon, iniciado luego en diferentes organizaciones iniciáticas. En todo caso, es una especulación que no nos llevaría demasiado lejos.
[15] Gershom Scholem, Op. cit.
[16] Para más detalles sobre la vida y obra de Sohravardî, recomendamos la lectura de la introducción que Agustín López Tobajas escribió para "El encuentro con el ángel"
[17] Recíprocamente, los miembros de estas organizaciones, muy disminuidas en la actualidad, prefieren darle la espalda a lo que, en su momento, fue la cara exterior de su tradición.
[18] Gershom Scholem, Op. cit.
[19] René Guénon, La metafísica oriental.
[20] Sihâboddîn Yahyâ Sohravardî, El encuentro con el ángel - Introducción de Agustín López Tobajas.
[21] René Guénon, Apercepciones sobre la Iniciación.
[22] Ernst Jünger, La emboscadura
"La Autoridad de la Tradición.


Para quien siempre me recuerda el camino secreto que conduce al corazón del bosque…

Esa fuente mágica de la que un día
bebió al-Khidr el agua de la Vida,
está en tu propia casa,
pero has cegado el manantial.
(Fakhr-Al-Dîn ‘Iraqî)

Un tema que resulta interesante abordar es el papel que debe cumplir lo que se ha convenido en designar como "autoridad espiritual" o "autoridad religiosa" dentro del marco de una forma tradicional particular en la que rige sobre el lado religioso o exotérico de la doctrina, siempre hablando de las religiones del Libro - pero sin que esto signifique que ciertas observaciones que se desarrollarán en el presente artículo no puedan extenderse a otras formas tradicionales-, en relación a lo que podemos considerar como su lado más interior y profundo, es decir, su aspecto esotérico. La distinción entre estas dos partes, complementarias la una de la otra, siguiendo la terminología árabe podemos definirla más concretamente como, por un lado, es-shariyah, es decir, literalmente la "gran ruta", común a todos, y por otro, el el-haqîwah, o sea, la "verdad interior", reservada a una elite. Valiéndonos asimismo del simbolismo geométrico, estamos refiriéndonos respectivamente a la circunferencia y su centro. [1]

Ante todo es menester considerar que toda corriente esotérica puede presentar a su vez dos aspectos fundamentales que se contradicen o se complementan: uno conservador y otro revolucionario.

Con respecto a la primera de estas categorías, explica Gershom Scholem:

"estos místicos parecen redescubrir desde su punto de vista las fuentes de la autoridad tradicional. Su camino los ha conducido al mismo venero del que aquélla se originó. Y ya que dicha autoridad les muestra el mismo rostro que ha tenido durante generaciones y generaciones, antes de que ellos existieran, nada hay en ella que los estimule a cambiarla. Al contrario, se esfuerzan en mantener estrictamente la interpretación tradicional." [2]


El carácter conservador es posible por la forma en la que se busca transmitir las experiencias que, por su propia naturaleza, son incomunicables y esto se debe a que cuanto mayor sea la profundidad con la que se experimenta, menor es la posibilidad de definirla objetivamente, ya que su materia trasciende aquellas categorías de sujeto y objeto que presupone una definición.

Cuando el místico se esfuerza en comunicar a través del lenguaje el camino que ha recorrido, vemos que la experiencia se le expresa necesariamente a él mismo dentro de un orden de símbolos e ideas convencionales en los que se halla inmerso, porque la experiencia visionaria es una epifanía de su realidad interior y estará modelada, entre otras cosas, por su pensamiento y formación doctrinal [3], aun cuando los objetos de esta experiencia sean en el fondo los mismos y no esencialmente diferentes de aquellos que pueden presentarse en un marco tradicional que no le es propio.

"Cierto es que siempre queda algo que el místico no puede comunicar ni suficiente ni exhaustivamente; pero cuando lo intenta -y este esfuerzo nos basta ya para reconocerle- interpreta su propia experiencia en una lengua, en imágenes e ideas que fueron creadas antes que él y para él." [4]


Desde este punto de vista y reteniendo las palabras finales de Scholem, imágenes e ideas que fueron creadas antes que él y para él, podemos decir que se cumple, con respecto la literatura sagrada de cada religión particular, la sentencia que el maestro iranio Sohravardî -sobre quien volveremos más adelante- enunció con respecto al Corán: "Leélo como si hubiera sido escrito para ti mismo" [5]

Lo que aquí opera es la función rigurosamente cognitiva de la imaginación activa a través de una experiencia que transmuta todo en imágenes-símbolo reveladoras de la correspondencia entre lo visible y lo invisible, es decir, una hermenéutica esotérica o ta'wîl que implica la idea de un acto de elevación, de una voz ascendente que vuelve a llevar los datos a su origen, a su arquetipo.

Sin embargo, a pesar de que el tipo de gnóstico que aquí estamos considerando desarrolla su vida en el contexto de una sociedad tradicional donde todo está impregnado de concepciones y símbolos tradicionales y cada acto se efectúa de forma ritual [6] sirviéndole como soporte indispensable para sus ulteriores desarrollos en vistas a una realización efectiva, este hecho no puede ser considerado como garantía suficiente para evitar que se desvíe de la autoridad tradicional. La educación religiosa del grupo (es-shariyah) deja la puerta abierta a quien se aventure a seguir por sus propios medios ese profundo anhelo que vibra en su corazón, tal vez sin comprender cabalmente hasta donde podría conducirlo, a múltiples confusiones y fantasías que, además de oponerse a los esquemas y doctrinas regularmente reconocidos, lo deja librado al abismo de lo incontrolado y lo incontrolable frustrando todas sus aspiraciones, por más sinceras que éstas puedan ser. Por este motivo, se dice que en cualquier tentativa de alcanzar horizontes metafísicos es absolutamente necesaria la presencia de un guía, jefe, Maestro espiritual o Guru, de acuerdo a la terminología hindú. A este respecto, Scholem precisa:

"El que busca solo su camino puede, desde luego extraviarse fácilmente y aún caer en la locura, pues el sendero del místico está empedrado y rodeado de peligros; discurre al borde de los abismos de la conciencia y exige un paso mesurado y seguro. (...) Sin guía se corre el riesgo de perderse en el desierto de la aventura mística."
(...) 
"Aparte de esto, el Guru cumple otra función de la que no se suele hablar con tanta frecuencia, pero no es de ninguna manera menos real: representa la autoridad religiosa en su constitución tradicional. Dirige y determina la interpretación de la experiencia mística, incluso antes de que se produzca. La canaliza a través de vías aceptables para al autoridad establecida." [7]

El Guru señala un camino conforme a la tradición en la que él mismo actúa como representante o mediador; pero no sólo es un "transmisor" de la influencia vinculada al rito que cumple, sino que, aplicando todos los medios convenientes a sus propias posibilidades, guía al iniciado con una ayuda aportada desde fuera al trabajo interior que ineludiblemente debe cumplir para llegar a una realización espiritual a cualquier grado que sea. No obstante, no debemos perder de vista una significación más profunda de lo dicho hasta aquí sobre la función del Guru y para eso nos remitiremos a estas palabras de René Guénon que, como de costumbre, arrojan gran luz sobre la cuestión que nos ocupa:

"el Guru humano mismo no es en el fondo más que la representación exteriorizada y como "materializada" del verdadero 'Guru interior', y su necesidad se debe a que el iniciado, mientras no ha llegado a un cierto grado de desarrollo espiritual, es incapaz de entrar directamente en comunicación consciente con éste. Haya o no un Guru humano, el Guru interior está siempre presente en todos los casos, puesto que es uno con el 'Sí mismo' "[8]


Si el guía actúa como un reflejo del Maestro interior, siempre uno con el Sí mismo, desde esta misma perspectiva podríamos considerar la totalidad de la doctrina que transmite y la fuente de la que brotan sus palabras.

No son pocas las precauciones tomadas por los representantes de la autoridad religiosa para evitar las posibles desviaciones que pudieran presentarse entre los aspirantes a recorrer la vía interior debido a una insuficiente preparación teórica. Es así como en el judaísmo, por poner un ejemplo, se cita en todos los libros la advertencia de Maimónides:

Nadie es digno de entrar en el paraíso (es decir, en el reino de la mística) a no ser que primero se haya hartado de pan y carne [9], o sea, del alimento de la pura sabiduría rabínica alcanzado por quienes poseen un aprendizaje talmúdico completo. 

Pero a lo largo de la historia, ciertamente, no han sido pocos los casos, ya se trate de sectas, grupos aislados o simples individuos, que han dado lugar a todo tipo de desviaciones y perversiones con respecto la ortodoxia tradicional; algunos más afortunados que otros. Uno de los casos más típicos es el que se produjo en Europa, en el seno del cristianismo, alcanzando su mayor expresión en el siglo XVII con la publicación de la obra del sacerdote español Miguel de Molinos (1628-1696) en la que se sentaban las bases del denominado Quietismo, una forma de misticismo calificada por el propio Guénon como "aberrante", cuya característica principal es llevar la pasividad al extremo. [10] Este movimiento fue condenado por la Iglesia por considerar graves y numerosos los peligros de llevar la pasividad a su grado máximo. Está claro que en todo esto hay, además de una burda literalización, una clara inversión, más allá de las similitudes que pretendan encontrar algunos autores modernos, de lo que en el Taoísmo se conoce "wu-wei", cuya traducción aceptable es justamente la de "no-actuar", con sus respectivas correspondencias en las diversas tradiciones, porque no sólo no se trata de la inactividad sino que es, al contrario, la suprema actividad, ya que para quien se sitúa en el centro mismo de la "rueda cósmica", implica un perfecto desapego de la acción exterior como de todas las cosas contingentes y mutables, tal como se presentan en el dominio del tiempo.

Paralelamente a esto, encontramos ejemplos de gnósticos que sin una preparación doctrinal sufiente lograron elevados progresos espirituales puediendo incluso integrarse dentro de la propia tradición de la comunidad que los vio nacer. Uno de estos ejemplos es el de uno de los esoteristas judíos más importante de los últimos tiempos, Israel Bá'al-Sem (1698-1760), cuyos "conocimientos", en el sentido tradicional del término, eran muy limitados ya que no había recibido instrucción por parte de ningún maestro de carne y hueso que puediera guiarlo en el camino; sin embargo, - y este es un punto sobre el que vale la pena meditar detenidamente- reconoció como único Maestro espiritual al profeta Ahiyá de Siló, con quien mantenía constatemente un contacto visionario. A pesar de su aparente heterodoxia, el movimiento por él fundado logró obtener, con algunos compromisos mediante, igualdad de derechos dentro de los márgenes de la autoridad transmitida. [11] Del mismo modo, tenemos al persa Rûzbehân de Shîrâz quien, según nos cuenta él mismo en su obra autobiográfica titulada Kashf al-asrâr (El desvelamiento de los secretos) -que podría equipararse al Diarium spirituale de Emmanuel Swedenborg-, de origen humilde, nació "entre ignorantes, entre personas que eran víctimas de la inconsciencia y el error, groseros y vulgares". Desde temprana edad fue asaltado por todo tipo de experiencias visionarias, hasta que luego de algunos años, tras convertirse en su discípulo, obtiene una iniciación plena directamente del misterioso profeta Khezr, "el maestro personal de todos aquellos que no tienen iniciador ni maestros terrenales"[12] Posteriormente, parte en busca de su familia espiritual en la tierra y es admitido entre los sufíes, de quienes recibe una formación regular en las ciencias tradicionales. En occidente -y lo anotamos de pasada para mostrar que tales situaciones pudieron darse indistintamente en cualquiera de las tradiciones del Libro- hay un caso muy conocido y de características afines; es el del zapatero alemán Jacob Böeme (1575-1624), que, independientemente de lo que pudo aprender en sus viajes, entró en contacto, por medios desconocidos, y fue iniciado por un personaje misterioso, que bien pudo tratarse de la apariencia revestida por un "adepto" que actuaba al margen de las condiciones ordinarias de tiempo y lugar, que no volvió a aparecer en lo sucesivo, poco antes de que comenzara a redactar una obra de gran lucidez pero que puede presentarse oscura en algunos pasajes por no contar con una instrucción iniciática regular[13] En todo esto, es importante remarcar, para evitar confusiones o generar ilusiones de cualquier tipo que sea, que no se trata sino de casos excepcionales que se producen cuando ciertas circunstancias hacen imposible la transmisión normal, en individuos que poseen, como explica Guénon, "cualificaciones que exceden en mucho a las ordinarias, y con unas aspiraciones lo bastante intensas como para atraer, en cierto modo, hacia ellos la influencia espiritual que no pueden buscar por sus propios medios." [14]

En Böehme encontramos una notable diferencia con respecto a las personalidades precedentemente citadas; si bien su obra es esencialmente cristiana, éste no pudo incorporarse dentro de los parámetros institucionales de la autoridad oficial. Fue desterrado de su ciudad y sus escritos fueron, de hecho, prohibidos por el pastor luterano Gregorius Richter.

A partir de aquí, podemos hablar de lo que Scholem define como "aspecto revolucionario" o "innovador" de un esoterismo que por medio de su exégesis simbólica inicia una apertura capaz de alterar la autoridad religiosa, utilizando los símbolos como medio de transformación, pero que en nada podrían afectar a la Tradición que, en virtud de su perennidad, permanece siempre inalterable pero "misteriosamente renovada". Este autor, en su más que recomendable trabajo, nos dice que el intérprete de los símbolos,

"se inclina ante la autoridad con una veneración piadosa, pero esa inclinación apenas alcanza a encubrir el hecho de que realmente la está transformando, a menudo de una manera audaz e incluso a veces, extremada. Utiliza viejos símbolos y les proporciona un nuevo sentido, o bien gusta igualmente de utilizar nuevos símbolos a los que confiere un significado antiguo; en ambos casos nos encontramos ante un proceso dialéctico en el que se ponen de manifiesto el aspecto conservador y el innovador de la mística en una relación recíproca." [15]


Entre estos, en el judaísmo, tenemos a Isaac Luria (1534-1572), quien en toda su trayectoria se muestra como un conservador integral aceptando el conjunto de la autoridad rabínica establecida y se esfuerza en confirmar la importancia de tal autoridad exponiendo una interpretación más elevada y un sentido aún más profundo de la doctrina, es decir, el aspecto más cercano a su núcleo; pero, paradojalmente, las ideas de las que se sirve para emprender esta tarea, son de una naturaleza totalmente novedosas. Sin embargo, estas ideas fueron puestas en relación a la institución establecida, al exigir para ellas la autoridad de una revelación del profeta Elías, transformando así la fuente de inspiración en una nueva autoridad por derecho propio.

En lo que respecta al Islam, volvemos a encontrarnos con la figura de Sohravardî (1155-1191), el cual, en la concepción radical de su teosofía, pretendió entroncar directamente la doctrina oficial con el pensamiento de la antigua Persia para resucitar la sabiduría de la luz de los antiguos magos y reformularla desde el pensamiento islámico sobre la base de una hierohistoria que trasciende y determina los hechos de la historia profana. Su vida itinerante lo conduce hasta Alepo, Siria, donde se manifestaron sus discrepancias con los foqahâ, los doctores de la ley, que lo denunciaron ante Salâhoddîn, quien lo encarceló en la ciudadela, donde murió en circunstancias no aclaradas. [16]

Es mucho lo que se podría decir sobre los enfrentamientos que, una y otra vez, se han ido suscitando con los representantes de la ley, enfrentamientos que la mayoría de las veces los iniciados procuraron evitar realizando grandes esfuerzos por mantenerse dentro del marco de la autoridad religiosa -porque, en el fondo, saben que la letra de la Revelación reviste el espíritu de la Verdad única que fue conferida de modo directo, inmediato, a los encargados de su transmisión-, y sólo fueron llevados a una tal situación cuando tuvieron que enfrentarse a una oposición especialmente reacia. Esto parece ser una de las consecuencias lógicas del oscurecimiento que acompaña al descenso cíclico y tal vez uno de los casos más notorios lo encontremos en occidente, puesto que la Iglesia Católica, desde hace ya varios siglos, parece haber cerrado toda posible vía de comunicación con las organizaciones iniciáticas a las que antaño estuvo estrechamente ligada. [17]

Para finalizar, y partiendo de lo dicho sobre el maestro de Sohravard, también conocido como Shaykh al-Ishrâq, nos interesa destacar el papel que han desempeñado aquellos teósofos que, por diversas circunstancias, decidieron moverse por fuera de las demarcaciones de lo institucional, sin que eso nos permita decir que su obra no se ajusta fielmente a la principios rectores emanados de la Tradición. Además de los ya mencionados, podemos incluir a Emmanuel Swedenborg (1688-1772), William Law (1686-1761), Jane Lead (1623-1794), Louis-Claude de Saint Martin (1743-1803), Johann Georg Gichtel (1638-1710), Karl von Eckartshausen (1752-1803), William Blake (1757-1827) -y este quizá sea un caso de los más paradigmáticos-, entre varios otros. En la obra legada por la mayoría de estos personajes de Occidente, permanece el simbolismo de inspiración cristiana; su imaginación, como sugiere Scholem, "está aún llena de figuras de la tradición, bien sea de la oficial de la Iglesia católica o, como en el caso de Blake, de la Providencia subterránea y esotérica de raíz hermética y espiritualista. Aquí se acredita de nuevo la fuerza de la tradición sobre la base de los revolucionarios mismos, los cuales buscan en último extremo la autoridad en sí y la interpretación secularizada de sus visiones."[18]

Llegados a este punto en nuestras disquisiciones, cabe hacer una pregunta: ¿de qué nos sirve analizar todas estas cuestiones si no es, en definitiva, para comprender mejor la posición que ocupamos en el mundo y el alcance de las posibilidades que tenemos a nuestra disposición?

Es evidente, y no hace falta insistir demasiado en esto, que, donde sea que nos encontremos -porque esto hace varios años dejó de ser una cuestión meramente occidental-, no podremos contar siquiera con los soportes propios de una sociedad tradicional para el desarrollo integral de las posibilidades individuales. Las sociedades modernas, antitradicionales desde todo punto de vista, tienden ante los ojos el señuelo de un escenario satánico que coarta las libertades hasta lo inconcebible, obligando al hombre, que no deja de oscilar entre una confortable inercia y el miedo más paralizante provocado por los signos del terror de este macabro espectáculo, a no ser más que el simple producto del utilitarismo más alienante. Pero esto no puede ser motivo suficiente para desfallecer en la melancolía del exilio y entregar las armas que nos han sido confiadas para nuestro combate por el Alma del Mundo.

Si los datos analizados nos demuestran que son múltiples y variados los caminos por los que el hombre puede impregnarse con la sabia de la Tradición Unánime y Primordial, la Sophia Perennis et universalis, es porque ella misma no tiene un origen susceptible de ser determinado en el tiempo, porque su origen es "no-humano" como la propia metafísica. En este sentido, luego de su brillante exposición sobre las doctrinas orientales, añade René Guénon:

"La doctrinas de este orden no aparecieron en ningún momento particular de la historia de la humanidad: la alusión que hemos hecho al "estado primordial", y también lo que hemos dicho sobre el carácter intemporal de todo lo que es metafísico, debería poder permitir comprender sin demasiada dificultad, con tal de resignarse a admitir, contrariamente a ciertos prejuicios, que hay cosas en las que el punto de vista histórico no es aplicable en modo alguno. La verdad metafísica es eterna; por eso mismo siempre ha habido seres que han podido conocerla real y totalmente." [19]


La Tradición, siempre una, fuente inagotable y plena de vida, no puede desaparecer, no puede volverse inaccesible porque su dominio es eterno y universal como el núcleo irreductible que en el hombre debe ser reconquistado. Evitando caer en ciertas rigideces propias de las viejas concepciones de un perennealismo literalizante que es incapaz de rebasar la dialéctica racionalista con sus frías construcciones sistemáticas -y que parece agradar especialmente a algunos "tradicionalistas" que se sienten muy cómodos con estos esquemas que tanto molestaban al propio Guénon-, adherimos a la definición aportada por Agustín López Tobajas en su introducción a los relatos visionarios de Sohravardî:

"la tradición es, básica y esencialmente, una realidad metahistórica, pese a lo cual -o, mejor, por lo cual- puede actuar de forma efectiva y permanente sobre nuestro mundo, siendo la institución con todos sus mecanismos fácticos de transmisión la materalización, necesaria pero relativamente secundaria, de una continuidad que, en su esencia, se sitúa básicamente en otro plano." [20]


Por eso, quien llegue al centro de la circunferencia que mencionábamos al comienzo, se encuentra por eso mismo, más allá de toda institución humana, las formas están unificadas para él sin mezcla ni confusión:

"para él, las formas ya no tienen el carácter de vías o de medios, de los cuales ya no tiene necesidad y ya no subsisten sino en tanto que expresiones de la Verdad una, expresiones de las que es completamente legítimo servirse según las circunstancias como lo es hablar en diferentes lenguas para hacerse entender por aquellos a quienes uno se dirige." [21]


También podemos citar los maravillosos y conocidos versos del maestro sufí Ibn 'Arabî

¡Oh maravilla! Un jardín entre las llamas...
Mi corazón se ha hecho capaz de todas las formas.
Es pradera para las gacelas y monasterio para los monjes,
Templo para los ídolos y Ka'ba del peregrino,
Tablas de la Torá y libro del Corán.
Profeso la religión del Amor y cualquier dirección
Que tome su montura, el Amor es mi religión y mi fe.

Quien se proponga avanzar por el camino de la Tradición siguiendo la estela indeleble dejada por los grandes maestros, aún cuando sea consciente de que no podría pretender alcanzar un grado elevado de realización espiritual, recibirá, si sus ojos están dispuestos a ver, destellos de una realidad que nos trasciende y que a su vez está más dentro de nosotros que nosotros mismos; así, este contacto con el Ser, es expresado magníficamente Ernst Jünger:

"Todo el que alguna vez ha tenido un contacto con el Ser ha rebasado con ello las lindes dentro de las cuales continúan poseyendo importancia las palabras, los conceptos, las escuelas, las Confesiones. Pues ha aprendido a venerar lo que da vida a todas esas cosas." [22]


Si reparamos en esto, comprenderemos que nada puede dispensarnos de adquirir una preparación teórica adecuada, porque el conocimiento que en principio es virtual, a través de un trabajo interno que es igualmente necesario, deberá ser realizado después efectivamente. Y así como el instructor humano es un reflejo del Maestro interior, los símbolos de la Tradición constituyen el lenguaje de nuestro alter ego celeste, es el mensaje y la enseñanza del Ángel que nos es transmitida por innumerables voces que no son sino los reflejos que vemos en los innumerables fragmentos dispersos de ese espejo único que revela nuestro verdadero rostro.

Lo importante, a fin de cuentas, es ponerse en marcha y no desistir en la heroica empresa a la que nos comprometimos, porque si escuchamos, al menos por una vez, ese triste llamado que clama por el retorno, no nos estará permitido eludir nuestra responsabilidad en la vida terrena. Para este fin, siempre podremos contar con el auxilio de la sempiterna Tradición, porque en el cofre de sus preciosos tesoros contiene las claves para acercarnos un poco más a esa dulce Tierra sin tiempo a la que debemos regresar.

Notas:

[1] Ver René Guénon, Apercepciones sobre el esoterismo islámico y el taoísmo.
[2] Gershom Scholem, La cábala y su simbolismo.
[3] Ver: Máximo Lameiro, El Árbol de la Vida en el Apocalipsis como símbolo de la coincidentia oppositorum, Nota 5. Recomendamos asimismo la lectura completa del artículo.
[4] Gershom Scholem, Op. cit.
[5] Sihâboddîn Yahyâ Sohravardî, El encuentro con el ángel. - Introducción de Agustín López Tobajas.
[6] Es decir, "conforme al orden", según la acepción del término sánscrito rita; así pues, es lo único realmente "normal". Ver: René Guénon, Apercepciones sobre la iniciación.
[7] Gershom Scholem, Op. cit.
[8] René Guénon, Iniciación y realización espiritual.
[9] Gershom Scholem, Op. cit.
[10] René Guénon, Iniciación y realización espiritual, capítulo XXVI. Creemos entender que es fundamentalmente en este tipo de "misticismo" donde el metafísico francés concentra gran parte de sus críticas.
[11] Para más detalles, ver: Gershom Scholem, Op. cit. 
[12] Para más detalles sobre la vida, obra y las experiencias visionarias de Rûzbehân de Shîrâz, recomendamos el interesante trabajo de Henry Corbin en "El Imam oculto"
[13] Ver: René Guénon, Op. cit., capítulo V.
[14] Ibídem. Cabría preguntarse si este no pudo haber sido el caso del propio René Guénon, iniciado luego en diferentes organizaciones iniciáticas. En todo caso, es una especulación que no nos llevaría demasiado lejos.
[15] Gershom Scholem, Op. cit.
[16] Para más detalles sobre la vida y obra de Sohravardî, recomendamos la lectura de la introducción que Agustín López Tobajas escribió para "El encuentro con el ángel"
[17] Recíprocamente, los miembros de estas organizaciones, muy disminuidas en la actualidad, prefieren darle la espalda a lo que, en su momento, fue la cara exterior de su tradición.
[18] Gershom Scholem, Op. cit.
[19] René Guénon, La metafísica oriental.
[20] Sihâboddîn Yahyâ Sohravardî, El encuentro con el ángel - Introducción de Agustín López Tobajas.
[21] René Guénon, Apercepciones sobre la Iniciación.
[22] Ernst Jünger, La emboscadura"

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